Roy H. Schoeman. La Virgen fue la brújula de su conversiònVivía
el éxito profesional alejado de Dios cuando tuvo una experiencia
mística paseando por la playa. El cristianismo vino luego.
Roy H. Schoeman es un ingeniero informático de origen judío ortodoxo
que ha contado su asombrosa conversión al catolicismo en diversas
ocasiones. Publicamos aquí su testimonio tal como aparece en Religión en
Libertad, y puede encontrarse más detallado en inglés en su propia web
Salvationisfromthejews.com
Un judío en Nueva York
«Crecí como judío en un barrio de clase media en la ciudad de New York,
hijo de refugiados judíos que habían huido de Alemania a los inicios
del régimen de Hitler.
»Mis padres eran activos en la congregación judía «conservadora» local,
y para el promedio americano, tuve una educación judía bastante
religiosa. Asistí a estudios de religión después de la escuela, desde el
primer grado hasta que llegué a la universidad. Tuve mi Bar Mitzvah, y
con frecuencia, aunque no siempre, asistía a los servicios del Sabbath y
a las fiestas religiosas judías.
Rabinos místicos
»Crecí en contacto con rabinos extraordinarios, a quienes Dios me dio
para mi formación religiosa, y hasta tuve que debatir si yo tenía
vocación religiosa.
»El verano al final de mis estudios secundarios, antes de comenzar la
universidad, lo pasé viajando por todo Israel, con un rabino hasídico
carismático y «místico», el rabino Shlomó Carlebach, quien todas las
noches ofrecía un concierto, que era en realidad una estática sesión de
alabanza hasídica.
»Por un tiempo pensé quedarme en Israel para estudiar en alguna de las
yeshivas (escuelas de religión) ultra ortodoxas que allí existen y que
constituyen lo más cercano del judaísmo a la «vida religiosa», pero
regresé para iniciar mis estudios en M.I.T. [Massachusetts Instite of
Technology] en matemáticas e informática.
Universidad sin fe ni pureza
»En la universidad traté de preservar mi fervor religioso, y me mantuve
activo en una congregación hasídica local, pero pronto caí en la moral y
mentalidad más típica de M.I.T. Existe una estrecha relación entre la
pureza de mente y de conducta, y la intimidad con Dios. Aunque al
principio Él no sea estricto en sus reglas, más tarde o más temprano, no
puede esperarse que se mantenga la intimidad, si no se juega según sus
reglas. A medida que abandoné sus reglas, perdí la intimidad con Él.
»Al final de la universidad, el placer de la oración no era más que una
memoria abstracta, y me había imbuido en los caminos del mundo. Después
de algunos años diseñando sistemas de computadoras (ordenadores),
decidí asistir a la Escuela de Negocios de Harvard para estudiar una
maestría en Administración de Empresas (MBA). Como resultado de un
trabajo excepcional, se me invitó a formar parte de la facultad, a la
vez que continuaba mis estudios hacia un doctorado, en preparación a una
carrera en la enseñanza universitaria.
Éxito mundano, vacío interior
»Al perder contacto con Dios, también perdí el sentido de propósito y
dirección en mi vida. Yo seleccionaba el sendero de menor resistencia,
que, a los ojos del mundo, constituía el éxito. Estar en la facultad de
la Escuela de Negocios de Harvard a los treinta años era casi un éxito.
»Sin embargo, a medida que completaba cada meta, me enfrentaba a un
sentimiento cada vez más profundo de vacío, de falta de sentido en los
éxitos. Ya para ese entonces, después de unos cuatro años enseñando en
Harvard, me sentía deprimido interiormente y con una gran falta de
sentido en mi vida, rayando en la desesperación.
»Yo no era el único que me sentía así. Un colega en la facultad me
confió que, al día siguiente del día en que su cátedra se convirtió
permanente, después de una década de esfuerzos, casi renunció, abrumado
por el sentimiento de vacío y la falta de sentido en todo por lo tanto
había luchado.
»Hacía mucho tiempo que había abandonado la vida de oración y mi
consuelo mayor durante este periodo consistía en largas caminatas
solitarias entre la naturaleza. Fue en una de estas caminatas que recibí
una de las gracias más singulares de mi vida.
Una experiencia ante Dios
»Era temprano en una mañana a principios de junio, junto al mar en Cape
Cod, en las dunas entre Provincetown y Truro, solitario, junto a las
aves que cantaban antes de que el resto del mundo despertara, cuando,
por falta de mejores palabras, «caí en el cielo».
»Me sentí, casi consciente y físicamente, en la presencia de Dios. Vi
pasar mi vida frente a mí, viéndola como si estuviera repasándola en la
presencia de Dios después de la muerte.
»Vi todo lo que me agradaría y todo lo que me pesaría. Me di cuenta, en
un instante, que el significado y el propósito de mi vida era amar y
servir a mi Señor y Dios.
»Vi cómo Su amor me rodeaba y me sostenía en cada momento de mi
existencia. Vi cómo todo lo que hacía tenía un contenido moral, para
bien o para mal, y cómo todo contaba mucho más de lo que jamás pude
imaginar.
»Vi cómo todo lo que me había acontecido en mi vida había sido lo más
perfecto que podía haberse preparado para mi bien, por un Dios que era
todo bueno, todo amor, y especialmente aquellas cosas que me habían
causado más sufrimiento cuando sucedieron.
»Vi que los dos pesares mayores al momento de mi muerte serían, todo el
tiempo y la energía desperdiciada preocupándome porque nadie me quería,
cuando en cada momento de mi existencia me encontraba en medio del
inimaginable, inmenso mar del amor de Dios; y cada una de las horas
desperdiciadas, sin hacer nada de valor a los ojos de Dios.
»La respuesta a cualquier pregunta que me surgía era respondida
instantáneamente. Es más, no podía preguntarme nada sin que ya no
supiera la respuesta, con una excepción de gran importancia: el nombre
del Dios que se me revelaba como el significado y propósito de mi vida.
No pensaba en él como el Dios del Viejo Testamento, a quien llevaba en
mi imaginación desde mi infancia.
Dios, ¿cómo te llamas? ¡Que no sea Jesús!
»Oré para que Dios me revelara su nombre, para saber qué religión debía
seguir, para poder adorarlo debidamente. Recuerdo haber rezado
diciendo: "Permíteme conocer tu nombre - no me importa si eres Buda, y
tengo que hacerme budista; no me importa si eres Apolo, y tengo que
convertirme en un pagano romano; no me importa si eres Krishna y tengo
que convertirme en Hindú;¡mientras que no seas Cristo y tenga que
volverme cristiano!"
»Esta profunda resistencia al cristianismo se basaba en un sentimiento
de que el cristianismo era el «enemigo», la perversión del judaísmo que
había sido la fuente de dos mil años de sufrimiento para los judíos.
Dios, que se había revelado a mí en la playa, también había escuchado mi
rechazo de conocerlo, y había respetado mi decisión. De modo que no
recibí respuesta alguna a mi pregunta.
»Volví a mi casa en Cambridge y a mi vida ordinaria. Sin embargo, todo
había cambiado. Pasaba todas mis horas libres en búsqueda de este Dios,
en silencio en medio de la naturaleza, leyendo, y preguntando a otros
sobre estas experiencias místicas.
»Como me encontraba en Cambridge, en la década de 1980, era inevitable
el seguir algunas de las sendas de la Nueva Era, y terminaba leyendo
mayormente escritos espirituales hindúes y budistas.
Una santa española
»Sin embargo, un día, caminando en la plaza de Harvard, me llamó la
atención la cubierta de un libro en la vitrina de una tienda. Sin saber
nada del libro, ni de su autor, compré «El Castillo Interior» de Santa
Teresa de Ávila. Lo devoré, encontrando un gran alimento espiritual en
su interior, pero todavía no creía en las alegaciones del cristianismo.
»Continué en esta trayectoria ecléctica, indiscriminatoria, por
exactamente un año. El día exacto en que se cumplió un año de mi
experiencia en la playa, recibí la segunda gracia extraordinaria de mi
vida.
»Admito con franqueza que, en todos los aspectos exteriores, lo que
sucedió fue un sueño. No obstante, cuando me quedé dormido sabía muy
poco de, ni tenía ninguna simpatía especial por, el cristianismo, ni
ninguno de sus aspectos. Sin embargo, cuando desperté, me sentía
completamente enamorado de la Santísima Virgen María, y no deseaba más
nada que volverme tan totalmente cristiano como pudiera.
Entrevista con la joven más bella
»En el «sueño», fui conducido a una habitación y se me concedió una
audiencia con la joven más bella que jamás podía haber imaginado. Sin
mediar palabra, sabía que era la Santísima Virgen María. Ella estuvo de
acuerdo en contestar cualquier pregunta que le hiciera, y recuerdo que
me encontraba allí, barajando varias posibles preguntas en mi mente, y
haciéndole cuatro o cinco de ellas. Me las contestó, y entonces me habló
por varios minutos, y entonces terminó la audiencia.
»Mi experiencia de lo sucedido, y mis recuerdos, son de algo sucedido
completamente despierto. Recuerdo todos los detalles, incluyendo
naturalmente, las preguntas y las respuestas, pero todo palidece en
comparación al aspecto más importante de esta experiencia: el éxtasis de
estar en su presencia, en la pureza e intensidad de su amor.
»Cuando desperté, como ya mencioné, me sentía completamente enamorado
de la Santísima Virgen María y sabía que el Dios que se me había
revelado en la playa era Cristo. Todavía no sabía casi nada del
cristianismo, y no tenía ni idea de la diferencia entre protestantes y
católicos.
»Mi primera incursión en el cristianismo fue en una iglesia
protestante, pero cuando toqué el tema de María con el pastor, su
rechazo me hizo decir: ¡me voy de aquí!
Deseo de comulgar
»Mientras tanto, mi amor por María me inspiraba a pasar el tiempo en
santuarios marianos, especialmente los de Nuestra Señora de La Salette
(en el de Ipswich, Massachusetts, y en el de la aparición original, en
los Alpes franceses). Me encontré, sin anticiparlo, con frecuencia
presente en misas, y aunque todavía no creía en la iglesia católica,
sentía un intenso deseo de recibir la Comunión.
»Cuando me acerqué por primera vez a un sacerdote y le pedí que me
bautizara, todavía no tenía ninguna creencia católica. « ¿Por qué
quieres ser bautizado?» Molesto, contesté: « ¡porque quiero recibir la
Comunión y ustedes no me dejan, si no estoy bautizado!» Pensé que me
agarraría de la oreja y me echaría de allí; pero por el contrario, me
dijo: ¡Ajá, ése es el Espíritu Santo, que está trabajando en ti!»
María y la Eucaristía, una brújula
»Todavía tuve que esperar varios años y madurar en mi fe antes del
bautismo, pero mi amor a María y mi sed por la Eucaristía me guiaron,
como una brújula, hacia mi meta. Le estoy infinitamente agradecido a
Dios por mi conversión y le estoy infinitamente agradecido por las
personas que ha puesto en mi camino».
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