sábado, 24 de mayo de 2014

RESPUESTAS A LAS DOCTRINAS MORMONAS : TESTIMONIO CONFERENCIA SOBRE MORMONES EN MADRID

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Misa en el estado internacional de Amán en Jordania

Misa en el estado internacional de Amán en Jordania - Captura de Youtube
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AMMAN, 24 May. 14 / 08:12 am (ACI).- El Papa Francisco preside esta tarde (hora local) una Misa en la que participan números refugiados cristianos provenientes de Palestina, Siria e Irak, y en la que también 1.400 niños reciben la Primera Comunión.
A continuación, el texto completo de la homilía del Santo Padre:
En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: "Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes". El primer Paráclito es el mismo Jesús; el "otro" es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán. Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: "El Espíritu te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús".
Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo  Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama.
Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: "Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes".
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad hay de este testimonio nuestro de paz!
La paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir "artesanalmente" mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los numerosos niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, de Siria y de Irak: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; que nos envíe, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.

viernes, 23 de mayo de 2014

DOMINGO DE RAMOS



VATICANO, 13 Abr. 14 / 10:01 am (ACI).- El Papa Francisco presidió hoy la Misa de Domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro, y exhortó a los fieles a cuestionarse en esta Semana Santa quiénes somos ante Jesús que sufre, si nos parecemos a Pilato, a Judas o a Santa María.
A continuación, ACI Prensa les ofrece el texto completo de la homilía del Papa Francisco, gracias a la traducción de Radio Vaticano:
Esta semana comienza con una procesión festiva con ramas de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús. Pero esta semana va adelante en el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección.
Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien preguntarnos ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo, delante de Jesús entrando en Jerusalén en este día de fiesta? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O tomo las distancias?
¿Quién soy yo, delante de Jesús que sufre? Hemos oído muchos nombres: tantos nombres.
El grupo de líderes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley que había decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de apresarlo ¿Soy yo como uno de ellos? Incluso hemos oído otro nombre: Judas. 30 monedas.
¿Yo soy como Judas? Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se quedaron dormidos mientras el Señor sufría.
¿Mi vida está dormida? ¿O soy como los discípulos, que no entendían lo que era traicionar a Jesús? ¿O como aquel otro discípulo que quería resolver todo con la espada: soy yo como ellos? ¿Yo soy como Judas, que finge amar y besa Maestro para entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como aquellos líderes religiosos que tienen prisa en organizar un tribunal y buscan falsos testigos? ¿Soy yo como ellos?
Y cuando hago estas cosas, si las hago, ¿creo que con esto salvo al pueblo? ¿Soy yo como Pilato que cuando veo que la situación es difícil, me lavo las manos y no sé asumir mi responsabilidad y dejo condenar – o condeno yo – a las personas?
¿Soy yo como aquella muchedumbre que no sabía bien si estaba en una reunión religiosa, en un juicio o en un circo, y elije a Barrabás?
Para ellos es lo mismo: era más divertido, para humillar a Jesús. ¿Soy yo como los soldados que golpean al Señor, le escupen, lo insultan, se divierten con la humillación del Señor? ¿Soy yo como el Cireneo que regresaba del trabajo, fatigado, pero que tuvo la buena volunta de ayudar al Señor a llevar la cruz?
¿Soy yo como aquellos que pasaban delante de la Cruz y se burlaban de Jesús?: “¡Pero... tan valeroso! ¡Que descienda de la cruz, y nosotros creeremos en Él!”.
La burla a Jesús… ¿Soy yo como aquellas mujeres valientes, y como la mamá de Jesús, que estaba allí, y sufrían en silencio? ¿Soy yo como José, el discípulo escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con amor, para darle sepultura?
¿Soy yo como estas dos Marías, que permanecen en la puerta del Sepulcro, llorando, rezando? ¿Soy yo como estos dirigentes que al día siguiente fueron a los de Pilato para decir: “Pero, mira que éste decía que habría resucitado; pero que no venga otro engaño”, y frenan la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina, para que la vida no salga afuera? ¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de éstas personas yo me parezco?
Que esta pregunta nos acompañe durante toda la semana.

SOBRE EL ADULTERIO, DADO A MARIA VALTORTA



SOBRE EL ADULTERIO, DADO A MARIA VALTORTA
Dice Jesús:
“Puede causarte asombro el que te hable a ti, que eres célibe, de este tema. Pero tú no eres sino la “portavoz” y por ello debes sujetarte a transmitir cualquier cosa. Lo que digo ahora sirve a los demás. Sirve para corregir uno y más errores, cada vez más arraigados en el mundo.
El mundo se divide en dos grandes categorías. La primera, que es amplísima, es la de los sin escrúpulos de ninguna clase: ni humanos ni espirituales. La segunda es la de los piadosos, la cual, sin embargo, se subdivide en otras dos clases: la de los justamente piadosos y la de los pequeñamente piadosos. Hablo a la primera gran categoría y a la segunda clase de la segunda categoría.
El matrimonio no está condenado por Dios, tanto es así que Yo he hecho de él un sacramento. Y aquí no hablo ni siquiera del matrimonio como sacramento, sino del matrimonio como enlace, como Dios Creador lo ha hecho creando hombre y mujer para que se unieran formando una sola carne, que una vez unida ninguna fuerza humana puede separar, ni debe separar.
Yo, viendo vuestra dureza de corazón, cada vez más dureza, he cambiado el precepto de Moisés sustituyéndole con el sacramento. El fin de mi acto era ayudar a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que antes habéis elegido para pasar a nuevos cónyuges ilícitos, con daño de vuestras almas y de las almas de vuestras criaturas.
Se equivoca tanto quien se escandaliza de una ley creada por Dios para perpetuar el milagro de la creación –y generalmente éstos no son los más castos sino los más hipócritas, porque los castos no ven en el enlace sino la santidad del fin, mientras que los otros piensan en la materialidad del acto- como quien con ligereza culpable cree poder sobrepasar impunemente mi prohibición de pasar a nuevos amores, cuando el primero no ha sido deshecho por la muerte.
Adúltero y maldito es ese viviente que separa una unión antes querida, por capricho de la carne o por intolerancia moral. Que si él o ella dicen que el cónyuge es ahora para ellos causa de peso y repugnancia, Yo digo que Dios ha dado al hombre reflexión e inteligencia para que la usen, y mucho más para que la usen en casos de tan grave importancia como es la formación de una nueva familia; Yo digo aún que, si en un primer momento se ha errado por ligereza o por cálculo, es necesario después soportar las consecuencias para no crear mayores desgracias que recaen especialmente sobre el cónyuge más bueno y sobre los inocentes, llevados a sufrir más de lo que la vida conlleva, y a juzgar a los que Yo he hecho injuzgables por precepto: el padre y la madre. Digo en fin que la virtud del sacramento, si fuerais verdaderos cristianos y no los bastardos que sois, debería actuar en vosotros, cónyuges, para hacer de vosotros un alma sola que se ama en una carne sola y no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena.
El adulterio
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Adúltero y maldito es ese viviente que con engaño obsceno tiene dos o más vidas conyugales y vuelve al lado del otro cónyuge y al lado de los inocentes con la fiebre del pecado en la sangre y el olor del vicio sobre los labios mentirosos.
Nada os hace lícito ser adúlteros. Nada. Ni el abandono o la enfermedad del cónyuge, y mucho menos su carácter más o menos odioso. La mayoría de las veces es vuestro ser lujuriosos lo que os hace ver odioso al compañero o compañera. Lo queréis ver tal para justificar ante vosotros mismos vuestro vergonzoso obrar que la conciencia os reprocha.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero no sólo quien consuma el adulterio, sino quien desea consumarlo en su corazón porque mira con hambre de sentidos a la mujer o al hombre no suyo.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero quien con su modo de actuar pone en condiciones de ser a su vez adúltero al otro cónyuge. Dos veces adúltero, responderá por su alma perdida y por la que ha llevado a perderse con su indiferencia, descuido, villanía e infidelidad.
A todos éstos incumbe la maldición de Dios, y no creáis que esto sea un modo de hablar.
El mundo se quiebra en ruinas porque antes se han arruinado las familias. El río de sangre que os sumerge ha tenido los diques de contención resquebrajados por vuestros vicios singulares que han empujado a gobernantes más o menos grandes –de los jefes de estado a los jefes de pueblecitos- a ser ladrones y prepotentes para tener moneda y lustre para sus codicias.
Mirad la historia del mundo: está llena de ejemplos. La lujuria está siempre en la triple combinación que provoca el surgir de vuestras ruinas. Han sido destruidos estados enteros, naciones desarraigadas del seno de la Iglesia, grietas seculares creadas para escándalo y tormento de razas por el hambre de carne de los gobernantes.
Y es lógico que sea así. La codicia extingue la Luz del espíritu y mata la Gracia. Sin Gracia y sin Luz no os diferenciáis de las bestias y por eso cometéis acciones de bestias.
Hacedlas, si así os gusta. Pero recordad, viciosos que profanáis las casas y los corazones de los hijos con vuestro pecar, que Yo veo y recuerdo y os espero. En la mirada de vuestro Dios, que amaba a los niños y ha creado para ellos la familia, veréis una luz que no quisierais ver y que os fulminará”.
(Los Cuadernos – 25 de septiembre de 1943 – María Valtorta

Siete pasos para ser humildes



Siete pasos para ser humildes o para empezar a serlo
Dentro de las muchas presentaciones que me llegan, esta semana hubo una que me llamó particularmente la atención y que daba, justamente, siete pasos para conseguir la humildad
De todas las virtudes, la humildad puede considerarse una de las más difíciles de conseguir. Toda la literatura sobre el tema nos lo repite. Siempre recordamos frases de grandes hombres como Ruskin («estoy convencido que la primera prueba de un gran hombre consiste en la humildad») Cicerón («cuanto más alto estemos situados, más humildes debemos ser») y, por supuesto, de santos como el Cura de Ars («si no tienes humildad, puedes decir que no tienes nada»), San Agustín («sólo a pasos de humildad se sube a lo alto de los cielos») o Santa Teresa («aquélla que le parece que es tenida en menos entre todas se tenga por más dichosa»).
Es experiencia de todos sentir el aguijón de ese “yo” que nos impulsa a hacer lo que muchas veces no queremos realizar. ¡Cuántas veces nos arrepentimos de nuestras acciones y deseamos vivir con más sencillez y menos altanería! ¿Cómo ser humilde?
Dentro de las muchas presentaciones que me llegan, esta semana hubo una que me llamó particularmente la atención y que daba, justamente, siete pasos para conseguir la humildad. Me picó la curiosidad. Su lectura me ha ayudado mucho y he querido compartirla con todos ustedes, retocándola un poco (a cada consejo le he añadido un párrafo de algún santo que le dé más peso y contenido).
Ciertamente, estas líneas no pretenden ser un manual de “consígalo sin esfuerzo”. No hay rosa sin espinas. Pero tal vez la lectura de este artículo pueda ayudar a alguno a enderezar el camino, como si se tratase de un GPS que pide una reorientación de ruta. Espero, pues, que estos siete pasos sirvan a más de uno. ¡Buena lectura!
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1. Procura descubrir lo mejor de cada uno:
Todo ser humano ha tenido experiencias que tú no has tenido, y en esos aspectos te aventaja. Einstein, reputado como uno de los grandes cerebros de la humanidad, dijo: «Nunca he conocido a una persona tan ignorante que no tuviera algo que enseñarme».
«Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera de obrar que, aunque luego no se haga con perfección, se viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiéncese a ganar por aquí el favor de Dios» (Santa Teresa de Jesús, Vida, 13, 6).
2. Elogia sinceramente a los demás:
¿Cómo se va a desdeñar a una persona a la que se le está diciendo lo que se admira de ella? Cuanto más se mencionen las buenas cualidades de quienes rodean a uno, más virtudes se descubrirán en ellos, y será más difícil que uno caiga en la trampa del egocentrismo.
«La humildad es la virtud que lleva a descubrir que las muestras de respeto por la persona –por su honor, por su buena fe, por su intimidad–, no son convencionalismos exteriores, sino las primeras manifestaciones de la caridad y la justicia» (San José María Escrivá, Es Cristo que pasa, 72).
3. No te demores en admitir tus errores:
Dicen que la frase más difícil de pronunciar en cualquier idioma es: «Me equivoqué». Quienes se rehúsan a hacerlo por orgullo suelen volver a caer en los mismos errores (sólo el hombre cae dos veces en la misma piedra) y, además, terminan marginándose de los demás.
«La humildad es una antorcha que presenta a la luz del día nuestras imperfecciones; no consiste, pues, en palabras ni en obras, sino en el conocimiento de sí mismo, gracias al cual descubrimos en nuestro ser un cúmulo de defectos que el orgullo nos ocultaba hasta el presente» (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el orgullo).
4. Sé el primero en disculparse después de una discusión:
Si la frase más difícil de pronunciar es: «Me equivoqué», la siguiente más difícil debe de ser: «Perdóname». Ese simple vocablo mata el orgullo (pues te reconoces tan pecador como él) y pone fin al altercado: dos pájaros muertos de un solo tiro. Pero para eso, es necesario reconocer que tanto él como yo podemos equivocarnos…
«Si vieres a alguno pecar públicamente, o cometer cosas graves, no te debes estimar por mejor: porque no sabes cuánto podrás tú perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú no tengas a alguno por más flaco que a ti» (La Imitación de Cristo, I, 2, 4).
5. Admite tus limitaciones y necesidades:
Es parte de la naturaleza humana querer dar la impresión de ser fuerte y autosuficiente; eso normalmente no hace más que dificultar las cosas. Si manifiestas humildad pidiendo ayuda a los demás y aceptándola, sales ganando.
«Esto de no fiarse del propio parecer nace de la humildad. Por ello, el cap. II de los Proverbios dice que donde hay humildad, hay sabiduría. Los soberbios, en cambio, confían demasiado en sí mismos (Santo Tomás de Aquino, Sobre el Padrenuestro, l.c., 142).
6. Sirve a los demás:
Ofrécete a ayudar a los ancianos, los enfermos y los niños, o a prestar algún otro servicio comunitario. Saldrás beneficiado, pues aparte de adquirir humildad, te ganarás la gratitud y el cariño de muchas personas.
«Cuando se te presente la ocasión de prestar algún bajo y abyecto al prójimo, hazlo con alegría y con la humildad con que lo harías si fueras el siervo de todos. De esta práctica sacarás tesoros inmensos de virtud y de gracia» (León XIII, Práctica de la humildad, 32).
7. Reconócele a Dios el mérito de toda cualidad que tengas y de todo lo bueno que te ayude a hacer:
Es importante abrir los ojos del alma y considerar que no se tiene nada nuestro de lo que debamos gloriarnos. Lo único que realmente tenemos es pecado y debilidad. Los dones de la naturaleza y de gracia que hay en nosotros, solamente merecen ser agradecidos a Dios, que nos lo ha dado cuando ha pensado en nosotros al crearnos.
«Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios, y si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo» (San Agustín, Sermón 276).

Pasos para hacer una lectura espiritual con la Biblia.



Pasos para hacer una lectura espiritual con la Biblia.

PASO 1. INVOCAR AL ESPIRITU SANTO
“Nadie conoce lo intimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” 1 Cor 2,11.

Hay que orar invocando la presencia del Espíritu Santo en nosotros:
Pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine, que llene nuestro entendimiento y nuestro corazón. Pedirle que derrame sus carismas y frutos que El suscita con la lectura de la Biblia. La Iglesia, nos enseña, que ésta ha de ser leída con el mismo Espíritu con que fue escrita. (Dei Verbum 12). El Espíritu, que viene en auxilio de nuestra debilidad y nos enseña a orar como conviene (Rom 8, 26), conduce a que la Biblia sea Palabra de vida para la Iglesia y para el creyente.

Antes de empezar cualquier lectura, comprensión e interpretación de la Biblia hemos de invocar la presencial de Aquel que ha inspirado a los que la escribieron: El Espíritu Santo. El creó las condiciones y dio la fuerza e inteligencia a los escritores sagrados. I gualmente asistió a los Apóstoles y sucesores para reconocer los libros escritos en que se encontraba la auténtica Palabra de Dios. Sin la inspiración del Espíritu, la Escritura no existiría; sin su asistencia, no habría sido reconocida como tal; sin su ayuda, no puede ser entendida, ni vivida, ni mucho menos llevada a los demás.

El Espíritu Santo es quien nos conduce a la presencia de Dios. Solo Él puede hacernos entender verdaderamente lo que leemos. El Espíritu Santo es el guía, el conductor, el maestro interior que enseña a leerla, a comprenderla e interpretarla y es Él quien conduce la oración y la hace entregada y profunda. Todo intento por acercarnos a Dios es por impulso del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu Santo es capaz de levantar nuestro espíritu a la altura de la Palabra de Dios. Sin el Espíritu, la Escritura se convierte en literatura o historia; en un mero objeto de estudio y ciencia. Sin el Espíritu su lectura puede hinchar y hacernos soberbios u orgullosos ; con el Espíritu, edifica .

Con el Espíritu Santo en nuestra Oración, la Biblia es un libro vivo y que da vida. Con su ayuda en la oración podemos liberarnos de nuestras tristezas y penas pues él es el “Consolador”, con el Espíritu la oración va santificando poco a poco nuestra vida, es el “Santificador”; él nos vivifica y renueva cuando estamos cansados y abatidos pues es el “Vivificador”, él nos sana si estamos heridos y lastimados en nuestro interior porque es el “Sanador”, el escucha nuestras suplicas y las dirige al Padre por ser el “Intercesor”.



PASO 2. LEER
“Buscad el libro de Yahveh y leed...” Is 34,16.

a) Hay que leer la Palabra de Dios despacio:
Para que realmente se aproveche la lectura de la Biblia, hay que tomarse su tiempo en cada pasaje y leer poco a poco, despacio y tranquilamente. Recuerda que la lectura de la Palabra de Dios alimenta nuestro espíritu, pero en esta comida como en cualquier otra lo que verdad eramente nos hace bien no es comer mucho; sino ir digiriendo lo que vamos comiendo.

b) Hay que leer la Palabra de Dios humildemente: No hay que leer para ser más sabio o más docto como los fariseos. Hay que imitar la lectura de los santos que se santificaron en ella. Leamos para amar mas a Dios y al prójimo, leamos para hacer la voluntad de Dios y abstenerse de ofenderlo y pecar. Leamos reconociendo que no sabemos, pero queremos aprender y cambiar. A través de su lectura aprendemos del gran depósito de la sabiduría divina y nos nutrimos de la Suprema Ciencia de Jesucristo. Josemaría Escrivá de Balaguer decía: "Que tu conducta y tu conversación sea tal que todo aquel que te mire o te escuche, pueda decir: Esta persona lee la vida de Jesucristo".

c) Hay que leer la Palabra de Dios para ver “Que dice”. ¿De qué trata el texto?, ¿quiénes son sus personajes?, ¿Qué están haciendo?, ¿En qué tiempo están y donde?: Hay que leer la Biblia para explotar sus riquezas, extraer sus grandes tesoros de sabiduría, verdad, fe y amor, e imitar el testimonio valeroso de sus grandes héroes con sus historias que se reflejan en nuestra vida. Los santos durante toda su vida leían continuamente la Sagrada Escritura y ella dominaba su manera de actuar, de pensar y de vivir. "La lectura de la Biblia ha producido muchos santos". Es difícil imaginar un santo que no haya sido profundamente influenciado por la lectura espiritual no sólo antes de entregar su vida a la obra de Dios en la tierra, sino continuando la lectura espiritual como parte integral de su vida diaria hasta el día de su muerte.


Hay que empezar a leer la Biblia hoy mismo. El Catecismo de la Iglesia Católica en el numero 2654 señala: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación". Hay que leer buscando lo que Dios quiere decirnos, cada cita, cada texto, cada versículo de la Biblia tiene algo que decirte, para enco ntrarlo hay que meditar y reflexionar cada palabra, despacio, sin prisa, repasando lo leído para comprender cada vez mas y mejor.


PASO 3. MEDITAR
“No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas” Jos 1,8.

Hay que meditar a que se refiere la Palabra de Dios en relación conmigo, ya que la Palabra de Dios tiene la cualidad de interpretar mi propia vida a través de un personaje, una palabra, un ejemplo. Hay que meditar ¿Qué me dice la Palabra de Dios?, ¿Que quiere que cambie o que haga en mi vida?


Después de leer, conviene hacer la reflexión acerca de lo que dice el texto. Sobre los valores eternos del texto. Mientras que en la lectura asumo de lo que trata el texto, y que paso en ese tiempo; ahora me planteo la pregunta: ¿Qué me dice a mí? ¿Qué mensaje referido al aquí y ahora, propone este pasaje con la autoridad que le da el ser Palabra del Dios vivo?

La Palabra de Dios esta llena de sabiduría y de enseñanzas útiles para todo hombre de cualquier tiempo, es universal. La Palabra de Dios perdura eternamente y es valida para cualquier persona. La Palabra de Dios, tiene que meditarse para entenderse verdaderamente, aun un libro de matemáticas requiere reflexión para ser comprendido; ¡Con cuanta más razón la Palabra de Dios requerirá de meditación reverente y confiada!

Desde una lectura de la Escritura se puede conocer la voz de Dios para nuestro tiempo. Los problemas actuales, al ser contrastados con la enseñanza de la Palabra de Dios, reciben nueva luz. La Biblia sirve para iluminar la acción de los cristianos. La Biblia debe ser la inspiración frecuente de nuestra meditación para mejorar nuestra vida y el texto principal para nuestra propia evangelización.

PASO 4. ORAR
“orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el Misterio de Cristo…” Col 4,3.

Hay que entrar en oración con Dios para que Él nos hable y revele lo que no hemos captado para nuestra vida; nos perdone y nos ame, nos sane y renueve, nos anime y fortalezca, y entre en nuestro corazón.


Una buena meditación lleva a la oración, es la continuación de una reflexión que me lleva a pensar: ¿Que valores me faltan?, ¿En qué estoy fallando?, ¿A que me invita el texto?. Esto logra como consecuencia, introducirnos en un ambiente de oración, para pedirle a nuestro Señor y creador que arregle esta débil creación y nos transforme. En la oración debemos pedir al Señor que por su gran amor nos perdone nuestros pecados, nos fortalezca para no volver a caer, renueve nuestro corazón y por su infinita misericordia nos levante para seguir. También debemos agradecerle por nunca abandonarnos y siempre volvernos a llamar para estar a su lado. Hay muchas cosas por las que debemos dar gracias : la vida, el amor que Dios nos tiene, nuestros seres queridos (familia, pareja, amigos), el trabajo, el tener nuestro cuerpo completo, nuestras virtudes y capacidades, etc. Este es el momento adecuado para hablar con Dios, recuerda que Él te escucha siempre y sabe lo que necesitas; pero debes pedirlo como hijo necesitado de la ayuda amorosa del Padre: “No temas, Daniel, porque desde el primer día en que tu intentaste de corazón comprender y te humillaste delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras” Dn 10,12.

Ábrele tu corazón al Señor totalmente al estar en oración, humíllate delante de Él. Tu oración sea como la del publicano que se reconoció pecador y necesitado, y pidió a Dios que lo ayudara; y no como la del fariseo que se creía bueno y perfecto. Si la Oración se hace sinceramente, entregada, con fe y confianza en Dios y en su voluntad, y humildemente se tendrá en este momento una verdadera experiencia de Dios, un encuentro vivo con Cristo que es la Palabra d e Dios que nos habla. Con una lectura espiritual de la Sagrada Escritura tenemos acceso a Jesús y penetramos el misterio de su intimidad. El Espíritu Santo hace presente a Jesús en su verdad salvífica, a través de la oración para que nosotros nos encontremos con Él y lo escuchemos. Hay que llamar a Dios, pedirle en oración que nos hable, que nos brinde su bendita Palabra, no solo hay que leer, sino escuchar a Dios en oración.

PASO 5. VIVIR
“Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él” 1Jn 2,6.

La lectura en oración y la comprensión de la Palabra de Dios conducen necesariamente al amor, a la conversión, llaman al cambio de vida e invitan a dar testimonio en el mundo.
Este proceso nos lleva a escuchar la voz de Dios para nuestro tiempo. Y es una voz de liberación de toda esclavitud desde su raíz, el pecado. No hay amor si no se traduce en actos y realizaciones de la vida diaria, en actitudes y compromisos concretos. El hombre creyente al contrastar la enseñanza del Evangelio con los problemas que surgen de la vida de la sociedad, tiende a asumir compromisos para extender el reinado de Dios y hacer que llegue a todos los hombres la salvación y la civilización del amor. Desde una vida cristiana auténtica, en unión con la doctrina de la Iglesia, se da una lectura muy profunda de la Escritura y una experiencia del Dios cristiano.

¡No leemos la Sagrada Escritura para conseguir la fuerza que nos permita realizar lo que hemos decidido! Más bien leemos y meditamos para que broten las debidas decisiones y para que la fuerza del Espíritu nos ayude a ponerlas en práctica. No se trata, como muchas veces pensamos, de orar más para obrar mejor, sino de orar más para comprender lo que debo hacer y para poder hacerlo a partir de una opción interior. El interés por la Escritura y el reconocimiento de su valor es un signo de que el Espíritu Santo anima nuestra vida. A través de este signo de los tiempos, hemos de descubrir a dónde quiere conducirnos el Señor. Leer la Palabra de Dios espiritualmente podrá darnos la fuerza para hacer viva esa Palabra mediante nuestro testimonio.

La consecuencia del encuentro vivo con la Palabra es el anuncio de Jesucristo. La mujer samaritana, después de su encuentro con Jesús, corre al encuentro de los suyos llamándolos para que vengan a ver aquel le ha dicho la verdad (Jn 4, 29). Ellos, al encontrarse con Jesús, dirán que creen en él porque al oírlo han descubierto que es el salvador (Jn 4, 42). Quién se ha encontrado con el Salvador ya no puede estar quieto y hace suyas la palabra de Pablo: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16).

Notas

S.S. Juan Pablo II, Encíclica “Dominum et Vivificantem”
22 Cor 3, 6.
3Lc 18, 10-14.