lunes, 28 de septiembre de 2015

Discurso del Papa Francisco en Fiesta de las Familias, Filadelfia

Bendición final del Papa Francisco en Fiesta de las Familias, Filadelfia

Papa Francisco: Llevo en mi corazón sufrimiento de víctimas de abusos se...

Discurso del Papa Francisco en su visita a los presos del Instituto Corr...

Discurso del Papa Francisco ante los obispos del EMF2015 en Filadelfia

El Papa Francisco visitó una parroquia camino al B. Franklin Parkway de ...

El Papa Francisco saluda y besa a niños en su camino al B. Franklin Park...

Homilía del Papa Francisco en la Misa de clausura del VIII Encuentro Mun...

Palabras de agradecimiento de Monseñor Charles Chaput en el Encuentro Mu...

Palabras de Monseñor Vincenzo Paglia y nuncia sede del Encuentro Mundial...

Monseñor Vincenzo Paglia agradece al Papa Francisco en el Encuentro Mund...

Discurso del Papa Francisco a los organizadores del EMF Filadelfia

Despedida del Papa Francisco en aeropuerto internacional de Filadelfia

sábado, 26 de septiembre de 2015

completo de la homilía del Papa en la Basílica de Filadelfia



En el primer encuentro en la última ciudad que Francisco visita en Estados Unidos, ha celebrado la eucaristía con los obispos, clero, religiosos y religiosas de Pensilvania en la Catedral de Filadelfia y recuerda que 'uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia'

Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la Basílica de Filadelfia en la mias con obispos, clero, religiosos y religiosas de Pensilvania:
Esta mañana he aprendido algo sobre la historia de esta hermosa Catedral: la historia que hay detrás de sus altos muros y ventanas. Me gusta pensar, sin embargo, que la historia de la Iglesia en esta ciudad y en este Estado es realmente una historia que no trata solo de la construcción de muros, sino también de derribarlos. Es una historia que nos habla de generaciones y generaciones de católicos comprometidos que han salido a las periferias y construido comunidades para el culto, la educación, la caridad y el servicio a la sociedad en general.
Esa historia se ve en los muchos santuarios que salpican esta ciudad y las numerosas iglesias parroquiales cuyas torres y campanarios hablan de la presencia de Dios en medio de nuestras comunidades. Se ve en el esfuerzo de todos aquellos sacerdotes, religiosos y laicos que, con dedicación, durante más de dos siglos, han atendido a las necesidades espirituales de los pobres, los inmigrantes, los enfermos y los encarcelados. Y se ve en los cientos de escuelas en las que hermanos y hermanas religiosas han enseñado a los niños a leer y a escribir, a amar a Dios y al prójimo y a contribuir como buenos ciudadanos a la vida de la sociedad estadounidense. Todo esto es un gran legado que ustedes han recibido y que están llamados a enriquecer y transmitir.
La mayoría de ustedes conocen la historia de santa Catalina Drexel, una de las grandes santas que esta Iglesia local ha dado. Cuando le habló al Papa León XIII de las necesidades de las misiones, el Papa –era un Papa muy sabio– le preguntó intencionadamente: «¿Y tú?, ¿qué vas a hacer?». Esas palabras cambiaron la vida de Catalina, porque le recordaron que al final todo cristiano, hombre o mujer, en virtud del bautismo, ha recibido una misión. Cada uno de nosotros tiene que responder lo mejor que pueda al llamado del Señor para edificar su Cuerpo, la Iglesia.
«¿Y tú?». Me gustaría hacer hincapié en dos aspectos de estas palabras en el contexto de nuestra misión particular para transmitir la alegría del Evangelio y edificar la Iglesia, ya sea como sacerdotes, diáconos o miembros de institutos de vida consagrada.
En primer lugar, aquellas palabras –«¿Y tú?»– fueron dirigidas a una persona joven, a una mujer joven con altos ideales, y cambiaron su vida. Le hicieron pensar en el inmenso trabajo que había que hacer y la llevaron a darse cuenta de que estaba siendo llamada a hacer algo al respecto. ¡Cuántos jóvenes en nuestras parroquias y escuelas tienen los mismos altos ideales, generosidad de espíritu y amor por Cristo y la Iglesia! ¿Los desafiamos? ¿Les damos espacio y les ayudamos a que realicen su cometido? ¿Encontramos el modo de compartir su entusiasmo y sus dones con nuestras comunidades, sobre todo en la práctica de las obras de misericordia y en la preocupación por los demás? ¿Compartimos nuestra propia alegría y entusiasmo en el servicio al Señor?
Uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la Iglesia, y capacitarlos para que puedan cumplir con tal responsabilidad como discípulos misioneros, como fermento del Evangelio en nuestro mundo. Esto requiere creatividad para adaptarse a los cambios de las situaciones, transmitiendo el legado del pasado, no solo a través del mantenimiento de las estructuras e instituciones, que son útiles, sino sobre todo abriéndose a las posibilidades que el Espíritu nos descubre y mediante la comunicación de la alegría del Evangelio, todos los días y en todas las etapas de nuestra vida.
«¿Y tú?». Es significativo que esas palabras del anciano Papa fueran dirigidas a una mujer laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de los laicos mucho más activa. La Iglesia en los Estados Unidos ha dedicado siempre un gran esfuerzo a la catequesis y a la educación. Nuestro reto hoy es construir sobre esos cimientos sólidos y fomentar un sentido de colaboración y de responsabilidad compartida en la planificación del futuro de nuestras parroquias e instituciones. Esto no significa renunciar a la autoridad espiritual que se nos ha confiado; más bien, significa discernir y emplear sabiamente los múltiples dones que el Espíritu derrama sobre la Iglesia. De manera particular, significa valorar la inmensa contribución que las mujeres, laicas y religiosas, han hecho y siguen haciendo a la vida de nuestras comunidades.
Queridos hermanos y hermanas, les doy las gracias por la forma en que cada uno de ustedes ha respondido a la pregunta de Jesús que inspiró su propia vocación: «¿Y tú?». Los animo a que renueven la alegría de ese primer encuentro con Jesús y a sacar de esa alegría renovada fidelidad y fuerza. Espero con ilusión compartir con ustedes estos días y les pido que lleven mi saludo afectuoso a los que no pudieron estar con nosotros, especialmente a los numerosos sacerdotes y religiosos ancianos que se unen espiritualmente.
Durante estos días del Encuentro Mundial de las Familias, les pediría de modo especial que reflexionen sobre nuestro servicio a las familias, a las parejas que se preparan para el matrimonio y a nuestros jóvenes. Sé lo mucho que se está haciendo en sus iglesias particulares para responder a las necesidades de las familias y apoyarlas en su camino de fe. Les pido que oren fervientemente por ellas, así como por las deliberaciones del próximo Sínodo sobre la Familia.
Con gratitud por todo lo que hemos recibido, y con segura confianza en medio de nuestras necesidades, dirijámonos a María, nuestra Madre Santísima. Que con su amor de madre interceda por la Iglesia en América, para que siga creciendo en el testimonio profético del poder que tiene la cruz de su Hijo para traer alegría, esperanza y fu

jueves, 24 de septiembre de 2015

Filadelfia: 'avalancha' de solicitudes de la prensa mundial para el Papa

2015-09-23 Radio Vaticana


(RV) Estamos en el pleno entusiasmo de la cuenta  atrás, en el marco del VIII Encuentro Mundial de la Familia, en Filadelfia, tenemos la alegría de dar la bienvenida ante los micrófonos de Radio Vaticano a Yago de la Cierva, encargado de la prensa internacional en esta cita mundial, que nos dice que han recibido una ‘avalancha’ de solicitudes: más de ocho mil.
Desde siempre el interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre y llevarlo al encuentro con Cristo. Cómo no recordar el anhelo del Concilio Vaticano II,  el decreto conciliar Inter Mirifica, y el hecho de que laJornada de las Comunicaciones Sociales, es la única celebración mundial impulsada directamente por el mismo Concilio.
«Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro y comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor», son los dos mensajes del Papa Francisco para las Jornada Mundial de las Comunicaciones. Los dos primeros de su pontificado, el del 2014 y 2015 respectivamente; invitan a los medios católicos a comunicar el testimonio cristiano hasta los confines de la tierra, comunicando el rostro de la Iglesia de Cristo como hogar de todos, al servicio de la ternura y de la misericordia.Empecemos con unos cuantos números, para tener un enfoque global
R.V.-¿Cuántos medios internacionales están representados en el encuentro del Papa Francisco con las familias del mundo?
Y.C.- Practicamente tenemos medios registrados de todas partes del mundo. Además, por supuesto de Estados Unidos y de América Latina,  no se han quedado atrás numerosísimos países de todos los continentes. Verdaderamente contaremos con una representación mundial.
R.V.- No se trata de ofrecer un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, nos dice también el Papa Bergoglio, citando a su amado predecesor, Benedicto XVI, y nos invita a pensar en los heridos que se encuentran también en las 'calles digitales' ¿qué es lo que ofrece el Encuentro de Filadelfia 2015 desde la perspectiva de los comunicadores católicos?
Y.C.-Creo que el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia ofrece a los comunicadores católicos dos cosas: en primer lugar el encuentro reúne expertos en temas de familia venidos de todo el mundo, que son temas que interesan no solamente a los católicos sino que son de interés mundial, por lo tanto será una ocasión de oro para conocer de cerca, no sólo el estado de la cuestión de investigaciones sociológicas, filsóficas y empíricas de todo tipo; sino que van a poder profundizar ellos mismos en las realidades de esas cuestiones tan importantes como la inmigración y la familia, la integración social, la educación y el desarrollo.En segundo lugar, al encuentro también vendrán familias de todo el mundo, que aportan no sesudas reflexiones, sino experiencias vitales. Familias que vienen aquí en respuesta al llamado del Papa con motivo del Sínodo de la Familia.
R.V.-Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos con amor y ternura a quien encontramos herido en el camino, también en el mundo digital, nos pide además Francisco. A Yago de la Cierva, como español, le pedimos que comparta un recuerdo con Benedicto XVI, en especial de la JMJ de Madrid y también un recuerdo con Juan Pablo II.

Papa: ¡Llego a Filadelfia con el anhelo de saludar y estar con las familias!

2015-09-23 Radio Vaticana

(RV).- “¡Queridas familias nos vemos en Filadelfia: estaré allí porque ustedes estarán allí! Los medios estadounidenses están transmitiendo un vídeo en inglés con este saludo entrañable del Papa Francisco, con su anhelo de saludar con gratitud y alegría a los peregrinos y al pueblo de la ciudad estadounidense que acoge el VIII Encuentro Mundial de las Familias.
La parada de Filadelfia en el camino sinodal de la familia con el Papa Francisco, tiene lugar  21 años después del primer encuentro mundial con  las familias, en Roma, en 1994, celebrado por San Juan Pablo II.
Familia ¿quién dices que eres?, fue el tema que él eligió y al que dio también una respuesta: "soy alegría y esperanza"... ‘¡En la Iglesia y en la sociedad es la hora de la familia’!, exclamó en un intenso discurso improvisado - "nacido de la oración" y del "corazón".
La Familia: don y compromiso fue el tema del II Encuentro Mundial de la Familia que tuvo lugar en Río de Janeiro, en 1997. Tres años después, volvió a Roma, el III Encuentro fue en el Gran Jubileo del 2000, con el lema: "Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad".
En 2003, el IV Encuentro Mundial de las Familias, con un mensaje especial de Juan Pablo II, se celebró en Manila, Filipinas, con el lema “La familia cristiana: una buena nueva para el tercer milenio”.
En 2006, el V Encuentro Mundial de las Familias, fue en Valencia,
España, con el lema “La transmisión de la fe en
la familia”. Fue el primer encuentro mundial de las familias de Benedicto XVI.
En 2009, el VI Encuentro fue en México, con el lema: "La Familia formadora de Valores”, que culminó con un Mensaje del Papa Benedicto XVI.
Y luego el VII, en Milán, también con el Papa Ratzinger, con el lema: "La familia. el trabajo y la fiesta".

Impulso de gracia y renovación con el Papa, para Filadelfia y el mundo



(RV) .- Un récord de inscripciones, con más de 17 mil pelegrinos participantes en el Congreso que precede el Encuentro mundial de las Familias en Filadelfia, con representantes de más de cien países.
El evento extraordinario del Encuentro mundial del Papa Francisco en ‘Philly’ – apodo con el que los filadelfios llaman con cariño a su ciudad – es también “una oportunidad de gracia, con el poder de transformar positivamente a toda la sociedad civil, en esta región y en el mundo”. Lo destacó - momentos antes de la solemne inauguración -  el Arzobispo de Filadelfia Mons. Charles Chaput, como Pastor de una de las ciudades más grandes de Estados Unidos, no sólo por su histórico papel en el nacimiento de la nación. También en lo que respecta el desarrollo de los ideales políticos al servicio de los derechos humanos y de la libertad y dignidad humana.
Como nos alienta el Santo Padre, en la Evangelii Gaudium,  y no sólo, cuanto más impulsamos y sostenemos a las familias, toda la sociedad se enriquece por el bien de todo ser humano,  hizo hincapié Mons. Chaput y destacó que Filadelfia es también un icono católico para Estados Unidos, con dos grandes santos:  la Madre Catalina Drexel y el Obispo John Neumann. Al servicio de los afroamericanos y de los nativos norteamericanos, la primera. Así como el segundo fue el creador de escuelas parroquiales, que luego fueron un modelo nacional y gran ayuda para las familias de inmigrantes pobres. Herencia espiritual que se desarrolló y amplió al servicio de los migrantes, minorías, discapacitados, ancianos,  menesterosos y que prosigue en nuestros días con los numerosos ministerios sociales católicos.
Con el Papa Francisco y sus predecesores, la Iglesia de Filadelfia es una comunidad que tiene también una gran necesidad de renovación, en particular a raíz de la crisis de los abusos sexuales del pasado decenio, había subrayado Mons. Chaput ya en su presentación de la cita filadelfia en el Vaticano. En este sentido es una fotografía de la Iglesia mundial, que se propone en primer lugar el deber de ayudar a las víctimas de abusos y a sus familias a sanar las heridas, así como proteger a los niños y a los jóvenes de todo peligro.
Mons. Chaput quiso expresar asimismo profunda gratitud a los mayores líderes interreligiosos y ecuménicos de la comunidad de Filadelfia que se han unido a sus colegas católicos como copresidentes de la reunión del Grupo Ejecutivo del Encuentro mundial, uniéndose también como homenaje al Obispo de Roma y a las familias del mundo.

"Tengo grandes esperanzas en su País", dijo el Papa en la Ceremonia de Bienvenida en la Casa Blanca


(RV).- En la residencia oficial y la principal oficina del presidente de los Estados Unidos, y más precisamente en el  South Lawn, el famoso prado de la Casa Blanca donde se llevan a cabo importantes ceremonias, y mismo lugar donde fuera recibido su predecesor Benedicto XVI, tuvo lugar la Ceremonia de Bienvenida al Obispo de Roma en los Estados Unidos.
El Santo Padre agradeció al Presidente Barack Obama la acogida que le fue dispensada en nombre de los ciudadanos estadounidenses.  Presentándose como “hijo de una familia de inmigrantes”, manifestó la alegría de estar en el país que “ha sido construido en gran parte por tales familias”.
Manifestando su deseo de escuchar y compartir las esperanzas y sueños del pueblo norteamericano, el Papa habló de algunos eventos destacados de su permanencia en el país, como el del Congreso, en donde espera  “transmitir palabras de aliento a los encargados de dirigir el futuro político de la Nación en fidelidad a sus principios fundacionales”, y aquel de Filadelfia con ocasión del Octavo Encuentro Mundial de las Familias, “para celebrar y apoyar a la institución del matrimonio y de la familia en este momento crítico de la historia de nuestra civilización”.
El Papa evidenció la importancia del compromiso de los católicos del país y de los conciudadanos en la construcción de una sociedad verdaderamente tolerante e incluyente, “en la que se salvaguarden los derechos de las personas y las comunidades, y se rechace toda forma de discriminación injusta”.
Haciendo referencia a la iniciativa del Presidente Obama para reducir la contaminación atmosférica, y citando la última encíclica sobre el cuidado de la casa común, el pontífice animó a “hacer los cambios necesarios para lograr un desarrollo sostenible e integral”, y afirmó que “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”.(Laudato si', 13)
Por último el Obispo de Roma habló los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana,  “pasos positivos”, dijo, en el camino de la reconciliación, la justicia y la libertad, y expresó su deseo de que “todos los hombres y mujeres de buena voluntad apoyen  las iniciativas de la comunidad internacional para proteger a los más vulnerables y para suscitar modelos integrales e inclusivos de desarrollo”. “Tengo puestas grandes esperanzas en estos días en su País – concluyó el Sucesor de Pedro. ¡Que Dios bendiga a América!”
(GM – RV)
Discurso del Santo Padre:
Señor Presidente:
Le agradezco mucho la bienvenida que me ha dispensado en nombre de todos los ciudadanos estadounidenses. Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias. En estos días de encuentro y de diálogo, me gustaría escuchar y compartir muchas de las esperanzas y sueños del pueblo norteamericano.
Durante mi visita, voy a tener el honor de dirigirme al Congreso, donde espero, como un hermano de este País, transmitir palabras de aliento a los encargados de dirigir el futuro político de la Nación en fidelidad a sus principios fundacionales. También iré a Filadelfia con ocasión del Octavo Encuentro Mundial de las Familias, para celebrar y apoyar a la institución del matrimonio y de la familia en este momento crítico de la historia de nuestra civilización.
Señor Presidente, los católicos estadounidenses, junto con sus conciudadanos, están comprometidos con la construcción de una sociedad verdaderamente tolerante e incluyente, en la que se salvaguarden los derechos de las personas y las comunidades, y se rechaze toda forma de discriminación injusta. Como a muchas otras personas de buena voluntad, les preocupa también que los esfuerzos por construir una sociedad justa y sabiamente ordenada respeten sus más profundas inquietudes y su derecho a la libertad religiosa. Libertad, que sigue siendo una de las riquezas más preciadas de este País. Y, como han recordado mis hermanos Obispos de Estados Unidos, todos estamos llamados a estar vigilantes, como buenos ciudadanos, para preservar y defender esa libertad de todo lo que pudiera ponerla en peligro o comprometerla.
Señor Presidente, me complace que usted haya propuesto una iniciativa para reducir la contaminación atmosférica. Reconociendo la urgencia, también a mí me parece evidente que el cambio climático es un problema que no se puede dejar a la próxima generación. Con respecto al cuidado de nuestra «casa común», estamos viviendo en un momento crítico de la historia. Todavía tenemos tiempo para hacer los cambios necesarios para lograr «un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar» (Laudato si’, 13). Estos cambios exigen que tomemos conciencia seria y responsablemente, no sólo del tipo de mundo que podríamos estar dejando a nuestros hijos, sino también de los millones de personas que viven bajo un sistema que les ha ignorado. Nuestra casa común ha formado parte de este grupo de excluidos, que clama al cielo y afecta fuertemente a nuestros hogares, nuestras ciudades y nuestras sociedades. Usando una frase significativa del reverendo Martin Luther King, podríamos decir que hemos incumplido un pagaré y ahora es el momento de saldarlo.
La fe nos dice que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (Laudato si', 13). Como cristianos movidos por esta certeza, queremos comprometernos con el cuidado consciente y responsable de nuestra casa común.
Los esfuerzos realizados recientemente para reparar relaciones rotas y abrir nuevas puertas a la cooperación dentro de nuestra familia humana constituyen pasos positivos en el camino de la reconciliación, la justicia y la libertad. Me gustaría que todos los hombres y mujeres de buena voluntad de esta gran Nación apoyaran las iniciativas de la comunidad internacional para proteger a los más vulnerables de nuestro mundo y para suscitar modelos integrales e inclusivos de desarrollo, para que nuestros hermanos y hermanas en todas partes gocen de la bendición de la paz y la prosperidad que Dios quiere para todos sus hijos.
Señor Presidente, una vez más, le agradezco su acogida, y tengo puestas grandes esperanzas en estos días en su País. ¡Que Dios bendiga a América!
(from Vatican Radio)

Junípero Serra, santo de la catolicidad y protector de los hispanos



(RV).- Con una multitudinaria participación de fieles, el Papa Francisco canonizó en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, al franciscano español, que se considera como  primer santo hispano, en la nación estadounidense, en la que dentro de pocos años, la mitad de la población será de origen hispano. San Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.
Después de la Santa Misa, en un breve y emocionado encuentro, el Papa Francisco saludó a una representación de las comunidades de nativos de California.
¡Oh Señor Jesús, nosotros somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes cooperadores para que venga tu Reino!
Con esta invocación en su  corazón el Papa Francisco, pidió la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, y también la de Fray Junípero y de los otros santos y santas americanos, para que lo conduzcan y guíen en sus  viajes apostólicos a América del Sur y a América del Norte. Lo dijo él mismo en su homilía de la Misa, en la Jornada de reflexión para la canonización de Junípero Serra, en el Pontificio Colegio Norteamericano, en Roma. (2 de mayo de 2015)
"Contemplamos el testimonio de santidad de Fray Junípero – uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, santo de la catolicidad y especial protector de los hispanos del país –, para que todo el pueblo americano descubra la propia dignidad, consolidando cada vez más la propia pertenencia a Cristo y a su Iglesia", deseó ese mismo día el Papa. Evocando su obra de evangelización, con  los primeros “12 apóstoles franciscanos” que fueron los pioneros de la fe cristiana en México, señaló que el mallorquín Fray Junípero fue protagonista de una nueva primavera evangelizadora en aquellas extensas tierras que, desde hacía doscientos años, habían sido alcanzadas por los misioneros provenientes de España, desde Florida hasta California.
Además del testimonio de santidad del que redactó el informe “Representación sobre la conquista temporal y espiritual de la Alta California”,  calificado como una Carta de los Derechos de los indios, el Papa Francisco puso de relieve, con  la vida y el ejemplo de Fray Junípero,  su impulso misionero y su devoción mariana: "sabemos que antes de regresar a California quiso ir a consagrar su vida a Nuestra Señora de Guadalupe, y a pedirle, para la misión que estaba por iniciar, la gracia de abrir el corazón de los colonizadores y de los indígenas".
"Que un impetuoso viento de santidad recorra el próximo Jubileo extraordinario de la Misericordia en todas las Américas". Confiando en la promesa hecha por Jesús, el Papa invitó a pedir a Dios esta particular efusión del Espíritu Santo.
"Pedimos a Jesús Resucitado, Señor de la historia, que la vida de nuestro continente americano se arraigue más y más en el Evangelio que ha recibido; que Cristo esté cada vez más presente en la vida de las personas, de las familias, de los pueblos y de las naciones".
Y que la mayor gloria de Dios se manifieste en "la cultura de la vida, en la fraternidad, en la solidaridad, en la paz, en la justicia, con amor preferencial y comprometido por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas y de los hombres de recta conciencia y de buena voluntad".
La celebración coincidió  con el mismo día en se cumplió el 90 aniversario de la colocación de la primera piedra del  santuario mariano tan amado en Estados Unidos, dedicado a la Inmaculada Concepción, patrona de esta nación. La Basílica ha sido visitada por el Papa Benedicto XVI, el Papa Juan Pablo II y la Madre Teresa de Calcuta.

“Supo salir para testimoniar la ternura de Dios”, el Papa en la Misa de canonización de Fray Junípero

(RV).- “Supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, supo vivir lo que es la Iglesia en salida”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa de canonización de Fray Junípero Serra, en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
Comentando los textos bíblicos que la liturgia presenta en ésta celebración, el Santo Padre recordó que la Palabra de Dios es “una invitación que golpea fuerte nuestra vida”. Una invitación, dijo el Papa que hace eco del deseo que todos experimentamos a llevar una vida plena, una vida con sentido, una vida con alegría. Hay algo dentro de nosotros, agregó, que nos invita a la alegría y a no conformarnos, a no resignarnos, a no caer en una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
Por ello, afirmó el Pontífice, es importante “preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida? La respuesta dijo el Papa, lo encontramos en las palabras de Jesús: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive tan solo dándola, dándose.
“Porque la fuente de nuestra alegría, señaló el Obispo de Roma, nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”. La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19). La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien. La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Hoy estamos aquí, afirmó el Sucesor de Pedro, “porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada”. Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención. Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
“Y hoy recordamos a uno de esos testigos, subrayó el Pontífice, que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios”. “Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado”. «Siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
Texto y audio completo de la homilía del Papa Francisco
Palablas del Papa en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Washington, D.C.
«Alégrense siempre en el Señor. Repito: Alégrense» (Flp 4,4). Una invitación que golpea fuerte nuestra vida. «Alégrense» nos dice Pablo con una fuerza casi imperativa.  Una invitación que se hace eco del deseo que todos experimentamos a de una vida plena, a una vida con sentido, a una vida con alegría. Es como si Pablo tuviera la capacidad de escuchar cada uno de nuestros corazones y pusiera voz a lo que sentimos y vivimos. Hay algo dentro de nosotros que nos invita a la alegría y a no conformarnos con placebos que siempre quieren contentarnos.
Pero a su vez, vivimos las tensiones de la vida cotidiana. Son muchas las situaciones que parecen poner en duda esta invitación. La propia dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón.
No queremos que la resignación sea el motor de nuestra vida, ¿o lo queremos?; no queremos que el acostumbramiento se apodere de nuestros días, ¿o sí?. Por eso podemos preguntarnos, ¿cómo hacer para que no se nos anestesie el corazón? ¿Cómo profundizar la alegría del Evangelio en las diferentes situaciones de nuestra vida?
Jesús lo dijo a los discípulos de ayer y nos lo dice a nosotros hoy: ¡vayan!, ¡anuncien! La alegría del evangelio se experimenta, se conoce y se vive solamente tan solo dándola, dándose.
El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si’, 229). Tenemos la responsabilidad de anunciar el mensaje de Jesús. Porque la fuente de nuestra alegría «nace de ese deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva» (Evangelii gaudium, 24). Vayan a todos a anunciar ungiendo y a ungir anunciando.
A esto el Señor nos invita hoy y nos dice: La alegría el cristiano la experimenta en la misión: «Vayan a las gentes de todas las naciones» (Mt 28,19).
La alegría el cristiano la encuentra en una invitación: Vayan y anuncien.
La alegría el cristiano la renueva, la actualiza con una llamada: Vayan y unjan.
Jesús los envía a todas las naciones. A todas las gentes. Y en ese «todos» de hace dos mil años estábamos también nosotros. Jesús no da una lista selectiva de quién sí y quién no, de quiénes son dignos o no de recibir su mensaje, y su presencia. Por el contrario, abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida. A «todos» dijo Jesús, a todos, vayan y anuncien; a toda esa vida como es y no como nos gustaría que fuese, vayan y abracen en mi nombre. Vayan al cruce de los caminos, vayan… a anunciar sin miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos a todo aquel que ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre. Vayan a aquellos que viven con el peso del dolor, del fracaso, del sentir una vida truncada y anuncien la locura de un Padre que busca ungirlos con el óleo de la esperanza, de la salvación. Vayan a anunciar que el error, las ilusiones engañosas, las equivocaciones, no tienen la última palabra en la vida de una persona. Vayan con el óleo que calma las heridas y restaura el corazón.
La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada. La misión nace de experimentar una y otra vez la unción misericordiosa de Dios.

La Iglesia, el Pueblo santo de Dios, sabe transitar los caminos polvorientos de la historia atravesados tantas veces por conflictos, injusticias, y violencia para ir a encontrar a sus hijos y hermanos. El santo Pueblo fiel de Dios, no le teme al error; le teme al encierro, a la cristalización en elites, al aferrarse a las propias seguridades. Sabe que el encierro en sus múltiples formas es la causa de tantas resignaciones.
Por eso, «salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 49). El Pueblo de Dios sabe involucrarse porque es discípulo de Aquel que se puso de rodillas ante los suyos para lavarles los pies (cf. ibíd., 24).
Hoy estamos aquí, podemos estar aquí, porque hubo muchos que se animaron a responder a esta llamada, muchos que creyeron que «la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (Documento de Aparecida, 360). Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse «en las estructuras que nos dan una falsa contención… en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta» (Evangelii gaudium, 49). Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena.
Y hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos. Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos.
Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón. Fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante».

Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, dijo el Papa a las personas sin techo



(RV).- “Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano”: fueron las palabras del Papa Francisco al reunirse con las personas sin techo en el Centro Caritativo de la Parroquia de San Patricio deWashington. En su segundo día en los Estados Unidos, el Pontífice quiso hacer sentir su cercanía a las 200 personas sin hogar de la capital estadounidense, que lo estaban esperando.
Francisco comenzó su discurso recordando que en la vida de san José, hubo situaciones difíciles de enfrentar, como cuando Jesús estaba a punto de nacer y no tenía un techo, un alojamiento. “El Hijo de Dios supo lo que es comenzar la vida sin un techo”, recordó Obispo de Roma, invitándolos a imaginar las preguntas de José en ese momento tan delicado: ¿Cómo el Hijo de Dios no tiene un techo para vivir?
Tras afirmar que “las preguntas de José siguen presentes hoy, acompañando a todos los que a lo largo de la historia han vivido y están sin un hogar”, el Santo Padre subrayó que José era sobre todo un hombre de fe y esta fe le permitió encontrar luz en los momentos difíciles de su vida. “Ante situaciones injustas, dolorosas, la fe nos aporta esa luz que disipa la oscuridad” - dijo el Papa -  y al igual que a José “nos abre a la presencia silenciosa de Dios en toda vida”.
Refiriéndose a la falta de alojamiento como “situaciones injustas”, el Vicario de Cristo subrayó que Dios está sufriéndolas con nosotros y “no nos deja solos.”
“Es la fe que nos hace saber que Dios está con ustedes” – prosiguió el Papa – en medio nuestro, y su presencia nos moviliza a la caridad”. Y esta caridad nace de la llamada de Dios a nuestra puerta, “para invitarnos al amor, a la compasión, a la entrega de unos por otros”. “Jesús – afirmó– sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a nuestro lado”.
Francisco insistió entonces en la ayuda eficaz de la oración que hermana, la oración en la que se encuentra la fuerza para no volverse insensible ante las situaciones de injusticia.
Finalmente, el deseo del Papa de unirse a ellos, “necesito su apoyo – dijo – su cercanía”. Y la invitación a rezar juntos, para continuar “con este sostén que nos ayuda a vivir la alegría de saber que Jesús siempre está en medio nuestro”. 

Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, el Papa al Congreso de los EEUU, “rostro de su pueblo”



(RV).- “Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes.Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues éste es el principal desvelo de la política. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad”, lo dijo el Papa Francisco en Washington, en un intenso discurso al Congreso de los EEUU. Recordando las viscisitudes de la historia contemporánea de la humanidad, el Obispo de Roma citó la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo. “Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad”, subrayó. “Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social”. Más adelante en su intenso discurso el Papa observó que “el parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. : queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades”, para precisar que la regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo. Citando personajes de la historia estadounidense el Santo Padre constató que una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln o  cuando genera una cultura que permita a sus hombres “soñar” con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King. Esbozando algunas de las riquezas del patrimonio cultural estadounidense, del alma de su pueblo que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América. Luego de esbozar “algunas de las riquezas del patrimonio cultural estadounidense, del alma de su pueblo” el Papa deseó “que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar”.
DISCURSO COMPLETO DEL SANTO PADRE

Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes». Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común.
Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social. La de ustedes como Miembros del Congreso, por medio de la actividad legislativa, consiste en hacer que este País crezca como Nación. Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes. Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues éste es el principal desvelo de la política. La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa siempre está basada en la atención al pueblo. A eso han sido invitados, llamados, convocados por las urnas.
Se trata de una tarea que me recuerda la figura de Moisés en una doble perspectiva. Por un lado, el Patriarca y legislador del Pueblo de Israel simboliza la necesidad que tienen los pueblos de mantener la conciencia de unidad por medio de una legislación justa. Por otra parte, la figura de Moisés nos remite directamente a Dios y por lo tanto a la dignidad trascendente del ser humano. Moisés nos ofrece una buena síntesis de su labor: ustedes están invitados a proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada rostro.
En esta perspectiva quisiera hoy no sólo dirigirme a ustedes, sino con ustedes y en ustedes a todo el pueblo de los Estados Unidos. Aquí junto con sus Representantes, quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos. Que no se resignan solamente a pagar sus impuestos, sino que –con su servicio silencioso– sostienen la convivencia. Que crean lazos de solidaridad por medio de iniciativas espontáneas pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados.
Me gustaría dialogar con tantos abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus experiencias y conocimientos. Sé que son muchos los que se jubilan pero no se retiran; siguen activos construyendo esta tierra. Me gustaría dialogar con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la inmadurez de los adultos. Con todos ustedes quisiera dialogar y me gustaría hacerlo a partir de la memoria de su pueblo.
Mi visita tiene lugar en un momento en que los hombres y mujeres de buena voluntad conmemoran el aniversario de algunos ilustres norteamericanos. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, con sus muchas diferencias y límites, estos hombres y mujeres apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.
Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.
Estamos en el  ciento cincuenta aniversario del asesinato del Presidente Abraham Lincoln, el defensor de la libertad, que ha trabajado incansablemente para que «esta Nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad». Construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad.
Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante situación social y política de nuestro tiempo. El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores. El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán  de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No.
Nuestra respuesta, en cambio, es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. Se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy. También en el mundo desarrollado las consecuencias de estructuras y acciones injustas aparecen con mucha evidencia. Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común.
El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia.
En estas tierras, las diversas comunidades religiosas han ofrecido una gran ayuda para construir y reforzar la sociedad. Es importante, hoy como en el pasado, que la voz de la fe, que es una voz de fraternidad y de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda seguir siendo escuchada. Tal cooperación es un potente instrumento en la lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales.
Apelo aquí a la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo. Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad. «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (Declaración de Independencia, 4 julio 1776). Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este esfuerzo.
En esta sede quiero recordar también la marcha que, cincuenta años atrás, Martin Luther King encabezó desde Selma a Montgomery, en la campaña por realizar el «sueño» de plenos derechos civiles y políticos para los afro-americanos. Su sueño sigue resonando en nuestros corazones. Me alegro de que Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los «sueños». Sueños que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos.
En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes. Trágicamente, los derechos de cuantos vivieron aquí mucho antes que nosotros no siempre fueron respetados. A estos pueblos y a sus naciones, desde el corazón de la democracia norteamericana, deseo reafirmarles mi más alta estima y reconocimiento. Aquellos primeros contactos fueron bastantes convulsos y sangrientos, pero es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente. Sin embargo, cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado. Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los «vecinos», a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.
Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin precedentes desde los tiempos de la II Guerra Mundial. Lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar. A lo que se suma, en este continente, las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades. ¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste. Recordemos la regla de oro: «Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes» (Mt 7,12).
Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.
Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede  beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito. Recientemente, mis hermanos Obispos aquí, en los Estados Unidos, han renovado el llamamiento para la abolición de la pena capital. No sólo me uno con mi apoyo, sino que animo y aliento a cuantos están convencidos de que una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación.
En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del trabajador católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.
¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar cuán cercanos a nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la pobreza. También a estas personas debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé que gran parte del pueblo norteamericano hoy, como ha sucedido en el pasado, está haciéndole frente a este problema.
No es necesario repetir que parte de este gran trabajo está constituido por la creación y distribución de la riqueza. El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíritu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable. «La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si’, 129). Y este bien común incluye también la tierra, tema central de la Encíclica que he escrito recientemente para «entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común» (ibíd., 3). «Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos» (ibíd., 14).
En Laudato si’, aliento el esfuerzo valiente y responsable para «reorientar el rumbo» (N. 61) y para evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo alguna duda de que los Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una «cultura del cuidado» (ibíd., 231) y una «aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (ibíd., 139). La libertad humana es capaz de limitar la técnica (cf. ibíd., 112); de interpelar «nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder» (ibíd., 78); de poner la técnica al «servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral» (ibíd., 112). Sé y confío que sus excelentes instituciones académicas y de investigación pueden hacer una contribución vital en los próximos años.
Un siglo atrás, al inicio de la Gran Guerra, «masacre inútil», en palabras del Papa Benedicto XV, nace otro gran norteamericano, el monje cisterciense Thomas Merton. Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: «Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto del infierno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas». Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.
En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii gaudium, 222-223).
Igualmente, ser un agente de diálogo y de paz significa estar verdaderamente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. Y sobre esto hemos de ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas.
Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios.
Cuatro representantes del pueblo norteamericano.
Terminaré mi visita a su País en Filadelfia, donde participaré en el Encuentro Mundial de las Familias. He querido que en todo este Viaje Apostólico la familia fuese un tema recurrente. Cuán fundamental ha sido la familia en la construcción de este País. Y cuán digna sigue siendo de nuestro apoyo y aliento. No puedo esconder mi preocupación por la familia, que está amenazada, quizás como nunca, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confirmar no sólo la importancia, sino por sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia.
De modo particular quisiera llamar su atención sobre aquellos componentes de la familia que parecen ser los más vulnerables, es decir, los jóvenes. Muchos tienen delante un futuro lleno de innumerables posibilidades, muchos otros parecen desorientados y sin sentido, prisioneros en un laberinto de violencia, de abuso y desesperación. Sus problemas son nuestros problemas. No nos es posible eludirlos. Hay que afrontarlos juntos, hablar y buscar soluciones más allá del simple tratamiento nominal de las cuestiones. Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.
Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.
Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América.