MILAGROS DE SANACIONES!
Sólo el Papa Juan Pablo II ha canonizado a 482 y beatificado a 1338; de ellos unos 520 son laicos.
Veamos ahora algunos de los milagros reconocidos por la Iglesia para la
beatificación o canonización. Son unos pocos entre tantos cientos que
podríamos relatar. Los hemos escogido, especialmente, porque todavía
viven sus protagonistas y pueden ser llamados, en verdad, milagros
vivientes.
SOR CATERINA CAPITANI
Cuenta ella misma lo que ocurrió el 25 de mayo de 1966. Debía ser el
último día de mi vida. Había sido operada dos meses antes por
hemorragias internas. Sufría de una extraña enfermedad llamada “Estómago
rojo”. La operación no había servido de nada. El médico que me cuidaba,
me dijo que no llegaría a la tarde de ese día. Yo invoqué al Papa Juan
XXIII para que me obtuviese la gracia de morir pronto. Mis hermanas
estaban en la capilla, rezando al Papa Juan XXIII por mí. Y, en un
momento, sentí una mano que tocaba mi estómago. Me volví y vi al Papa
Juan, junto a mi cama. Me dijo: Este milagro me lo habéis sacado del
corazón. Ahora no temas, estás curada.
Me levanté de inmediato, llamé a mis hermanas y les dije que tenía
hambre. Pensaban que estaba delirando, pero fui al comedor y devoré lo
que me pusieron. Después me examinaron y todo lo malo había
desaparecido.
Este milagro fue aceptado por la junta médica del Vaticano para la
beatificación del Papa Juan XXIII, que es beato desde el 3 de setiembre
del 2000.
PETER CHUNGU SHITIMA
Él mismo cuenta el milagro. Tengo treinta años y nací el 10 de julio de
1972 en Kasaba, Zambia. Desde pequeño quería consagrarme al servicio del
Señor. En 1994 viajé a Sudáfrica en busca de trabajo. En el Oratorio de
san Felipe Neri encontré trabajo como cocinero y jardinero, y ayudé en
la catequesis de niños. Un día, en la biblioteca, encontré un libro
sobre Luis Scrosoppi, un famoso sacerdote italiano. Yo pensé: “Cuando
sea sacerdote, me voy a llamar Luis como él”. Pero en abril de 1996 me
sentí muy mal, temblaba de frío y se me nublaba la vista. Después
comencé a tener dolores en los oídos. No podía comer casi nada, no podía
tenerme de pie y adelgacé 20 kilos. En el hospital me detectaron que
tenía SIDA en estado terminal.
Los Padres y alumnos del oratorio comenzaron a rezar al beato Luis
Scrosoppi por mi curación y decidieron enviarme a mi patria para que
pudiera morir al lado de mi familia. Cuando llegué a Zambia, mi hermano
se asombró de verme en aquel estado. Durante varios días, permanecí casi
en silencio. Mis familiares también rezaban por mí al beato.
Yo esperaba la muerte en cualquier momento, pero no moría. En el mes de
octubre, mientras dormía con una medalla de Don Luis, agarrada a mi
mano, soñé que el Padre David estaba a mi lado y que juntos estábamos
asistiendo a la canonización de Don Luis. Cuando me desperté en la
mañana del 9 de octubre, me sentía muy bien. Le dije a mi hermana que
quería comer, lavarme, vestirme e ir a la iglesia, y le conté mi sueño.
Ella se quedó sorprendida. Pero me levanté y podía tenerme en pie y
comencé a caminar sin caerme. Entonces, comprendí que estaba curado. Me
vestí y fui a la iglesia a agradecerle al siervo de Dios. Regresé al
oratorio el 22 de enero de 1997. Los doctores, que me habían atendido en
Sudáfrica, me hicieron nuevos exámenes y determinaron que la curación
del sida había sido inexplicable. La comisión de médicos del Vaticano
aprobó el hecho, realizado por intercesión del beato Luis Scrosoppi,
como incomprensible para la ciencia. El 10 de junio del 2001, en la
plaza de san Pedro, estuvo presente Peter Chungu para la canonización
del beato Luis Scrosoppi.
MANUEL CIFUENTES
Yo tenía 10 años aquella mañana del 4 de enero de 1982 y estaba cogiendo
leña con mi padre, mi tío y mi primo. En cierto momento, al agacharme,
una rama me golpeó el ojo. Sentí un dolor muy intenso. Mi padre cogió un
pañuelo y me tocó, pero me dolía mucho más. Entonces, me llevaron al
médico. Dijo que tenía una herida muy grave en el ojo y que debían
llevarme urgentemente a un especialista. Así que tomaron el coche y me
llevaron rápidamente a Albacete (España).
Fuimos a visitar al oculista Dr. Juan Ramón Pérez, que aconsejó una
intervención quirúrgica, me vendó el ojo y me dio unas pomadas. Mi padre
había encontrado dos días antes, en la escuela donde enseñaba, una
medalla del beato Ricardo Pampuri y me dijo que era un hombre santo, que
hacía milagros. Por eso, al ponerme la pomada, me convenció de que
tuviera esa reliquia del santo para pedirle la curación. Aquella noche
recé más que nunca en mi vida. Hacia medianoche, mi padre vino a ver
cómo estaba, pero el ojo me dolía mucho. A las cinco de la mañana,
volvió a verme y todo seguía igual. A las siete me despertó, porque
quería ponerme la pomada y le digo: “Papá, ya no tengo dolor y veo todo
muy bien”. Fue una emoción enorme para toda la familia. Una hora más
tarde, fuimos de nuevo a ver al médico. Quedó asombrado, pues no
encontró lesión alguna. Y fuimos a ver al oculista a Albacete, que
reafirmó la curación, y dijo: “Para mí hay dos cosas sorprendentes: la
ausencia de cicatrices y la rapidez con la que han desaparecido las
señales de la herida”. En realidad, no sólo fue una curación rápida,
sino una restauración del ojo dañado, algo incomprensible para la
ciencia médica.
Cuando a los 17 años he venido a Roma para la canonización de Ricardo
Pampuri, he comprendido la importancia del milagro que había recibido.
Ha sido una experiencia inolvidable. Recuerdo que había miles y miles de
personas, todas unidas en la misma fe para glorificar al Señor, como yo
lo hago cada dí
JUSTA B.
En el pueblecito Sama de Langreo, Asturias (España), vivía en 1958 una
joven de 28 años, llamada Justa B., que, al acercarse el nacimiento de
su hijo, cayó enferma debido a complicaciones internas y fue internada a
causa de hemorragias. Se le practicó la cesárea el 18 de diciembre.
Todo parecía ir bien, a pesar de la persistente fiebre. Sin embargo, el
24 de diciembre empezó a empeorar. Su vientre se hinchaba cada vez más,
tenía vómitos continuos. El 30 de diciembre la situación era
extremadamente grave y los médicos decidieron operarla de nuevo. El
cirujano, en su declaración del 29 de setiembre de 1959, dijo ante el
tribunal en el proceso apostólico:
Las circunvoluciones intestinales carecían de vitalidad. Había muchas
adherencias aglutinadas y sus funciones anatómicas destruidas. Había
peritonitis con obstrucción intestinal, fístula yeyunocólica, infinidad
de adherencias de las circunvoluciones y un absceso de Douglas. Los
médicos empezaron a limpiar la cavidad abdominal, pero el resultado era
decepcionante, pues cuanto más se retiraba materia degenerada, más
difícil se hacía la operación de suturar. Entretanto, apareció también
el problema de la eliminación de la fístula. Al retirarla,
aproximadamente 12 cm del colon se descompusieron. En ese momento, el
anestesista propone interrumpir inmediatamente la operación por el
debilitamiento del corazón. No querían que la enferma muriera en la sala
de operaciones. El cirujano tomó la rápida decisión de construir un ano
artificial lateral (una comunicación de la parte sana del intestino con
el exterior, mediante un tubo de plástico). Y se llamó al capellán para
que le administrara la unción de los enfermos. Pero Dios hizo el
milagro. Sor Trinidad, que cuidaba a la señora Justa, le recomendó el 24
de diciembre que invocara al siervo de Dios Francisco Coll (1812-1875),
dominico catalán, fundador de las dominicas de la Anunciada. La misma
Sor Trinidad le colocó una reliquia del siervo de Dios en su camisón y
una gran imagen a los pies de la cama. Esta misma religiosa comenzó, con
la madre de la enferma y con sus hermanos, una novena al siervo de
Dios. El 1 de enero, la fiebre comenzó a disminuir; el 2 y 3 cesaron los
vómitos y pudo comer algo; y el 3 y 4 de enero todo pareció estar bien.
El 14 de abril de 1959 le quitaron el ano artificial y, al revisarla
internamente, pudieron comprobar que el colon estaba completamente
normal. Algo totalmente inexplicable para los médicos.
El Consejo médico de la santa Congregación para los procesos de los
santos declaró que la curación fue no sólo funcional, sino también
anatómica. Una pared destruida en varios centímetros no podía
reconstruirse de forma tan perfecta que hiciera declarar al cirujano,
que reexploró la zona, que ésta aparecía como si nada hubiese ocurrido.
Por tanto, la absoluta inexplicabilidad de la curación no radica tanto
en el hecho de que la señora Justa se salvara, sino en el hecho de que
ocurriera una reconstrucción perfecta, absolutamente impensable, de
acuerdo con los actuales conocimientos.
Esta curación fue reconocida como milagro y el siervo de Dios Francisco
Coll fue beatificado por el Papa Pablo VI el 29 de abril de 1969.
MARÍA VICTORIA GUZMÁN
Tenía dos años y medio el 5 de febrero de 1953, cuando empezó a sentirse
mal, con fiebre de 40. Cuando el 3 de marzo la llevaron sus familiares a
Madrid para que la viera un especialista, sus condiciones eran muy
graves. Su diagnóstico era septicemia por causas desconocidas. El 8 de
marzo estaba ya agonizante, cuando de pronto abrió los ojos y empezó a
moverse normalmente y a sentirse perfectamente bien. Todos los que la
conocían empezaron a hablar de una resurrección, debida a la intercesión
del siervo de Dios José María Rubio y Peralta (1864-1929), a quien su
madre había invocado, colocándole a la niña una reliquia del mismo. El
10 de marzo le hicieron revisiones de control y no le encontraron ni
rastro de su enfermedad anterior. Los médicos dijeron que la curación
había sido completa, duradera e inexplicable científicamente. Los
médicos de la Comisión de la Congregación para las causas de los santos,
el 27 de junio de 1984, reconocieron que había sido una curación
instantánea, completa y permanente sin explicación natural posible. Por
este milagro fue declarado beato el antedicho siervo de Dios, por el
Papa Juan Pablo II, el 6 de octubre de 1985.
GIUSEPPE MONTEFUSCO
Nacido en 1958, en Somma Vesuviana, Italia, en 1978 comienza a sentirse
mal y acude al médico de la familia, Luigi Di Palma, que manda hacer
algunos análisis. El resultado es que tiene leucemia mieloblástica
aguda. Uno de esos días, su madre vio en sueños a un hombre, que le
dice: ¿Vas donde todo el mundo y no vienes a mí? Ella comenta: Yo no
sabía quién era esa persona que parecía tan buena. A la mañana
siguiente, voy con mi prima a la iglesia y una señorita, que vendía
recuerdos, me muestra una imagen del hombre del sueño. Era Giuseppe
Moscati, médico, muerto en olor de santidad. Comienzo a llorar y le pido
a él que sane a mi hijo. A mi hijo le llevo la imagen y le pido que la
lleve con él. También le di a tomar, con un poco de agua, un poco de
tierra con sus restos, que venía en una reliquia, y él la tomó con fe.
El mismo Giuseppe Montefusco dice: En mi habitación del hospital
estábamos cuatro, uno de los cuales blasfemaba continuamente, y me dijo:
“Quita ese cuadro, que me fastidia”. Lo pongo debajo de la manta y
comienzo a rezar. A las tres de la noche, me despierto. Los otros
dormían y, entonces, veo que se abre la puerta y entra un médico con
camisa blanca y me dice: “Tú estás bien, estás curado. Tienes que
declarar el milagro”. Me saluda y se va.
Lo cuento todo a mi madre y a otros médicos y me dicen que estoy mal,
pues ningún médico hace visitas a las tres de la mañana, que en el
hospital ningún médico va con camisa blanca hasta el suelo y que no hay
ya ningún carrito de madera para llevar las medicinas como el que yo vi.
Pero yo estaba seguro que había sido el beato Moscati, que había sido
médico. Al día siguiente, la leucemia había desaparecido.
En virtud de esta curación, reconocida por el equipo médico Vaticano, el
25 de octubre de 1987, Giuseppe Montefusco, con sus padres y amigos,
estuvo presente en la plaza de san Pedro, cuando el Papa Juan Pablo II
canonizaba al médico santo, Giuseppe Moscati.
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