Una Carta Especial Del Papa
Juan Pablo II A Las Familias
El
documento más sincero y personal que ha escrito en su pontificado el Papa Juan
Pablo II es su Carta a las Familias.. Fue emitido en 1994, durante la
celebración del Año Internacional de la Familia, promovido por las Naciones
Unidas. Leamos el comienzo: "La celebración del Año de la Familia me
ofrece la grata oportunidad de llamar a la puerta de vuestros hogares, deseoso
de saludaros con gran afecto y de acercarme a vosotros". Esta es una
verdadera carta escrita por un padre cariñoso a sus hijos , repleta de amor y
buenos consejos. El Papa no envía chatarra por correo..
El
contenido de esta carta se refiere a nuestra batalla mortal (o más bien
inmortal) entre dos mundos irreconciliables: el catolicismo y el humanismo
secular. Todo lo demás es secundario. En última instancia, por medio de nuestra
fe en la resurrección de Jesús mientras esperamos su segunda venida, sabemos
que ya la guerra se ha ganado. Sin embargo, dado que creemos en el libre
albedrío, la vida y la salvación de billones de almas están en juego, y no
sabemos quien pasará a la eternidad en comunión con Dios o en la soledad
individual y eterna del infierno. En esta guerra todos somos combatientes;
nadie puede quedarse al margen.
Vivimos
momentos de particular interés para reunirnos, escuchar, cuestionar, discutir y
actuar, porque el ataque contra la Iglesia y la familia no es nada velado.
Solamente aquellos que están totalmente aislados de los medios de comunicación
podrían engañarse.
Los
resultados de la Conferencia de Cairo sobre población mundial, el clarísimo
programa del regimen político en Washington, y el asalto frontal de la
industria del entretenimiento contra todo lo que es natural, muestran que el
demonio cree que puede mostrar su mano claramente sin peligro de perder
terreno.
Por otra
parte, los viajes recientes del Papa y sus enseñanzas en los Estados Unidos, la
heroica defensa de la familia y de la humanidad que desplegó el Vaticano en
Cairo, el magnifico trío que constituyen el Catecismo de la Iglesia Católica,
la encíclica Veritatis Splendor (el Esplendor de la Verdad) y la Carta a las
Familias nos dan no sólo esperanza y coraje, sino que también constituyen
instrumentos magníficos para nuestra eventual victoria en este conflicto, aún
en sentido temporal.
Desde
1978 Juan Pablo II ha venido señalando constantemente que el milenio es un
momento clave para el mundo y la Iglesia. Y no sabemos si esto simplemente se
debe a un asunto de planificación estratégica para su pontificado o responde a
una revelación mística.
La
situación en los Estados Unidos
En lo que
se refiere a la situación de la familia en los Estados Unidos, yo referiría al
lector al Indice de los principales Indicadores Culturales compilado en 1993
por el ex Secretario de Educación William J. Bennett. En todas las categorías
importantes relacionadas con la salud familiar, desde el matrimonio y el
divorcio hasta el suicidio en los adolescentes, abuso infantil y aborto,
durante los últimos 40 años ha habido y continúa habiendo una declinación
precipitada, al menos desde el punto de vista de los cristianos fieles a las
enseñanzas de la Iglesia.
Muchas
personas no aciertan a explicarse este derrumbamiento sin precedentes de las
normas sociales. No así el Santo Padre. En su Carta a las Familias nos dice:
"nuestra civilización, que aún teniendo tantos aspectos positivos a nivel
material y cultural, debería darse cuenta de que, desde diversos puntos de
vista, es una civilización enferma, que produce profundas alteraciones en el
hombre." (número 20).
El Papa
Juan Pablo señala que "las ideas tienen consecuencias" y la razón
básica para la actual desintegración social es la implantación de teorías
filosóficas que datan del período de la Ilustración, combinado con una merma
desastrosa de la influencia del cristianismo en la sociedad. El Santo Padre
también señala que solamente una nueva evangelización de la sociedad
contemporánea con la "plenitud de la verdad" puede vencer este
desquebrajamiento de la sociedad centrada en la familia.
El Papa
demuestra que las raíces filosóficas de las miserias actuales han dado lugar a
lo que él llama "un nuevo maniqueísmo en el cual el cuerpo y el espíritu
son contrapuestos radicalmente entre sí: ni el cuerpo vive del espíritu, ni el
espíritu vivifica al cuerpo. Así el hombre deja de vivir como persona y sujeto.
No obstante las intenciones y declaraciones contrarias, él se convierte
exclusivamente en un objeto. De este modo, por ejemplo, dicha civilización
neomaniquea lleva a considerar la sexualidad humana, más como un terreno de
manipulación y explotación" (número 19).
El Papa
contrasta la revelación cristiana con el racionalismo. Señala que "El
racionalismo moderno no soporta el misterio… interpreta la creación y el significado
de la existencia humana de manera radicalmente diversa; pero si el hombre
pierde la perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a
vivir en El y con El; si a la familia no se le da la posibilidad de participar
en el "gran misterio", ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de
la vida? Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de
búsqueda afanosa de la ganancia, la ganancia económica ante todo." (número
19).
La
sociedad moderna de hoy en día está basada sobre todo en el homo economicus, el
hombre económico carente de todo destino sobrenatural o espiritual, tanto aquí
como en el más allá. El positivismo, el utilitarismo, el maniqueísmo y el
racionalismo modernos son algunas de las teorías que por lo general gobiernan
el estilo de pensamiento, de vida y de trabajo de la mayoría de las personas.
El Papa
explica que el efecto de esta manera de pensar es desvastador para la familia:
A veces
pareciera que se realizan esfuerzos concertados para presentarnos como
"normales", atractivas y aun glamorosas, algunas situaciones que en
realidad son "irregulares", y que por cierto contradicen la
"verdad y el amor" que deberían ser la inspiración y guía de todas
las relaciones entre hombres y mujeres, causando así tensiones y divisiones en
las familias, con graves consecuencias, especialmente para los niños. La
conciencia moral se oscurece. Se deforma lo que es verdadero, bello y bueno, y
la libertad viene a ser sustituida por algo que realmente es esclavitud!
En verdad
que cada día estamos más esclavizados al pecado bajo las formas engañosas del
placer, del ocio, de las apariencias, del éxito, de la seguridad, la salud, o
las riquezas, la novedad, el progreso, la longevidad o el crecimiento personal.
Si en nuestra "iglesia doméstica" rendimos culto aún parcialmente, a
estas ideas, estamos contribuyendo a construir la ‘cultura de la muerte'.
Los hijos
como "accidentes"
Dentro de
la actual "cultura de la muerte", el matrimonio es visto como un
contrato de fácil ruptura, basado en gran medida en la conveniencia mutua y la
explotación sexual recíproca. Los hijos son vistos, ya sea como una
planificación cuidadosa en la cual "uno es para ti y otro es para
mí", o como "accidentes". Se hace burla y se obstaculiza el papel
divino de creación y dirección mediante la explotación mutua de los
anticonceptivos o la destrucción deliberada de los hijos de Dios que están por
nacer.
En esta
"civilización del individualismo", dice el Santo Padre, los hijos son
los "huérfanos de padres vivos" (Número 14), y quedan abandonados
para tratar de entender el significado de la vida, observando el pobre ejemplo
de sus padres sumergidos en el placer sensual, el egoísmo de los
anticonceptivos y de la seguridad mundana.
Los hijos
reciben estos "ideales" del mundo caído que los rodea y se refleja en
las vidas y opiniones de sus compañeros. Su educación la reciben de la
desolación secular de la gran mayoría de las instituciones de educación pública
y privada, o del mundo del entretenimiento masivo cuyos valores son los mismos
que los del infierno. ¿Tienen estos hijos oportunidad para lograr la verdadera
felicidad en esta vida, por no hablar de la venidera? Con el tiempo, dependerá
de que construyamos la "civilización del amor".
La
mayoría de las personas y de las familias sucumben al
"individualismo" en vez de optar por un "personalismo"
católico. El Santo Padre señala que "el individualismo supone un uso de la
libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, ‘estableciendo' él mismo la
‘verdad' de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro ‘quiera' o
exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere ‘dar' a otro sobre
la base de la verdad; no quiere convertirse en una ‘entrega sincera'. El
individualismo es, por tanto egocéntrico y egoísta... en la base del
utilitarismo ético está la búsqueda constante del ‘máximo' de felicidad: una
‘felicidad utilitarista', entendida sólo como placer, como satisfacción
inmediata del individuo, por encima o en contra de las exigencias objetivas del
verdadero bien. El proyecto del utilitarismo, basado en una libertad orientada
con sentido individualista, o sea una libertad sin responsabilidad, constituye
la antítesis del amor... " (Número 14).
Todos
conocemos familias y personas que han caído víctimas de esta tentación como
resultado de presiones internas y externas. Todos hemos visto su miseria e
infelicidad, su desorientación y depresión.
Sin
embargo, no está todo perdido. El Santo Padre indica que "El amor de los
esposos y de los padres tiene la capacidad para curar semejantes heridas"
(número 14). La fuerza principal para encontrar el perdón y la conversión es la
oración, como señala el Papa incansablemente, y también por medio de los
sacramentos. "Precisamente por esto, los miembros de la familia necesitan
encontrar a Cristo en la Iglesia a través del admirable sacramento de la
Penitencia y de la Reconciliación" (Número 14).
El Papa
no ignora que en muchos casos habrá necesidad urgente de consulta y tratamiento
de médicos y psicólogos que sean fieles católicos. Sin embargo, en última
instancia, los remedios espirituales son los prioritarios porque sólo por su
medio puede curarse la separación de Dios y unir a cada persona con Cristo por
medio del ministerio de la Iglesia.
En el
centro de todas las enseñanzas de este pontificado está el concepto del
"personalismo", de la inviolabilidad de "la dignidad de la
persona humana". Mientras que la sociedad y los gobiernos están basados en
los "derechos" del individuo autónomo, la Iglesia nos enseña que
somos "personas", y constituimos una unidad de cuerpo y alma, con un
destino sobrenatural.
El Santo
Padre indica que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios no puede
encontrarse plenamente a sí mismo excepto por la sincera entrega de sí mismo.
Sin este concepto del hombre, de la persona y de la ‘comunión' de personas en
la familia, no puede darse la civilización del amor. De igual manera, sin la
civilización del amor, es imposible tener dicho concepto de persona y de
comunión de personas.
Estamos
llamados a vivir en comunidad social, siendo la primera de ellas la familia.
Debe entenderse desde el principio que el hombre como persona dentro de la
familia, tiene un destino sobrenatural. Ha sido creado en última instancia en y
para la gloria de Dios.
Por
tanto, en razón de la naturaleza con que Dios el Creador lo ha dotado, sólo
puede alcanzar la felicidad en esta vida y después en el cielo, si vive en
Cristo y con Cristo, su Redentor, quien es "el Camino, la Verdad y la
Vida".
No hay
más forma de hacer esto excepto por medio de lo que el Santo Padre señala como
el "sincero don de sí", o sea, una vida de servicio a Dios, a su
Iglesia y al mundo, por medio del servicio al prójimo. Este es el mensaje, la
verdad que debemos convertir en realidad en nuestras vidas y la verdad que
debemos comunicar a otros, en la medida de nuestra capacidad, comenzando por
los miembros de nuestra familia y alcanzando a todos aquellos que Dios ha
puesto en nuestro camino a lo largo de nuestra vida.
Es muy
sencillo: nuestra "cultura de la muerte" en América se ha apartado de
la persona y de las enseñanzas de Cristo. Todos los males sociales pueden
remitirse en última instancia al pecado, ya sea el pecado original de nuestros
primeros padres o nuestros pecados actuales.
Para el
Papa, la familia constituye uno de los numerosos senderos por los que camina la
gente. Dice "la familia es el primero y más importante (camino). Es un
camino común, aunque particular, único e irrepetible, como irrepetible es todo
hombre; un camino del cual no puede alejarse el ser humano... Incluso cuando
decide permanecer solo, la familia continúa siendo, por así decirlo, su
horizonte existencial como comunidad fundamental sobre la que se apoya toda la
gama de sus relaciones sociales, desde las más inmediatas y cercanas hasta las
más lejanas" (Número 2).
Jesucristo,
la Palabra hecha carne, escogió ser parte de la familia humana de María y José.
"El Misterio Divino de la Encarnación del Verbo está, pues, en estrecha
relación con la familia humana." (Número 2).
El camino
más importante
La
familia, nuestra familia, es el camino más importante en el que andamos. Más
importante que el trabajo, que el descanso, la vida social, los intereses
culturales, la actividad política, las obras de caridad, y sobre todo, más
importante que el "desarrollo personal". Ciertamente es más
importante que ser "modernos", "contemporáneos" o estar
"al día"!
¿Podríamos
decir sinceramente que nuestra vida familiar la vemos y la vivimos siempre como
la prioridad de nuestra vida y es conocida y vista como tal, por otros,
comenzando con nuestra familia inmediata y extendiéndose a todos los niveles
hasta incluir a todos aquellos que entran en contacto con nosotros?
Esto
lógicamente requiere sacrificio, a veces considerable y sin duda alguna nos
pondrá aparte de muchos o aún de la gran mayoría de nuestros prójimos.
Por otra
parte, fue precisamente este tipo de testimonio sacrificado de parte de las
primeras familias cristianas, el que a lo largo de los siglos, transformó poco
a poco un medio pagano muy parecido al actual, en una cultura cristiana en la
que la ley natural y la ley revelada vinieron a ser la ley de los países. Sólo
si los padres de familia actuales o futuros le dan a la familia el primer
lugar, sus hijos harán lo mismo, y luego los hijos de sus hijos.
El Papa
señala que las parejas como personas hacen "una elección consciente y
libre" que es el origen del matrimonio. Esta opción libre les da una
identidad que consiste en la "capacidad de vivir en la verdad y en el
amor". Como tal, indica, existe "una cierta semejanza entre la unión
de las Personas Divinas (en la Santísima Trinidad) y la unión de los hijos de
Dios en la verdad y el amor" (Cost. Past. Gaudium et Spes sobre la Iglesia
en el mundo actual, 24 ) (Carta a las Familias, número 8).
De esto
fluyen dos aspectos del matrimonio cristiano: primero la unidad, un solo hombre
con una sola mujer, cuerpo y alma; y segundo, la indisolubilidad del matrimonio
("lo que Dios ha unido no lo desuna el hombre").
"Mediante
la comunión de personas que se realiza en el matrimonio, el hombre y la mujer
dan origen a la familia", continúa señalando el Papa. "La paternidad
y la maternidad humanas están basadas en la biología y, al mismo tiempo, la
superan" (número 9). Lo que el Santo Padre reitera aquí es el papel que
juega Dios tanto en el matrimonio como en la procreación humana. Agrega el Papa
"En la paternidad y maternidad humanas, Dios mismo está presente. La
generación es, por consiguiente, la continuación de la creación" (Número
9).
El acto
conyugal está abierto al poder creador de Dios de dar nueva vida, y el nuevo
ser "es creado ‘por sí mismo'… El nuevo ser humano está llamado a vivir
como persona; está llamado a una vida ‘en la verdad y el amor'"
La
familia se origina en la realidad del amor conyugal y el Santo Padre, en su
Carta a las Familias hace la siguiente descripción:
"En
particular, la paternidad y maternidad se refieren directamente al momento en
que el hombre y la mujer uniéndose ‘en una sola carne' pueden convertirse en
padres. Este momento tiene un valor muy significativo tanto por su relación
interpersonal como por su servicio a la vida. Ambos puede convertirse en
procreadores –padre y madre- comunicando la vida a un nuvo ser humano. Las dos
dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden
separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto
conyugal". (Número 12).
Reiteradamente
enseña la Iglesia la verdad sobre el hombre y la mujer, el sexo y el
matrimonio, hablando del "valor como persona" de cada ser humano, de
"la medida de su dignidad", y del "sincero don de sí mismo por
medio de la entrega recíproca". Escribe el Santo Padre:
"Toda
la vida del matrimonio es entrega, pero esto se hace singularmente evidente
cuando los esposos, ofreciéndose recíprocamente en el amor, realizan aquel
encuentro que hace de los dos "una sola carne" (Gen. 2,24)"
(número 12).
No hay
nada más anticultural ni más indicativo del origen divino de las enseñanzas de
la Iglesia que su constante insistencia en el vínculo irrompible entre el significado
unitivo y el significado procreativo del acto conyugal.
Los
"signos de los tiempos" que vemos hoy aportan nuevas razones para
reafirmar enérgicamente esta enseñanza. El mismo San Pablo, tan atento a las
necesidades pastorales de su tiempo, exigía con claridad y firmeza la necesidad
de "insistir a tiempo y destiempo" (2 Tm 4:2) sin temor alguno por el
hecho de que "no se soportara la sana doctrina" (cf. 2 Tm 4,3). De
hecho, la Encíclica del Santo Padre Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida)
reafirma la continua enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad en lo relativo
al matrimonio y la familia...
La
Iglesia enseña la verdad moral sobre la paternidad y maternidad responsables,
defendiéndola de las visiones y tendencias erróneas difundidas actualmente. El
Papa afirma que la persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar
un fin; jamás sobre todo, un medio de placer. "La persona es y debe ser
sólo el fin de todo acto. Solamente entonces la acción corresponde a la
verdadera dignidad de la persona" (número 12).
Sabemos
que esto es cierto porque la Iglesia lo enseña, porque la ley natural mediante
el uso de nuestra razón natural nos lo dice, y también porque la experiencia
evidente es abrumadora. Una vez que se separa la sexualidad de la apertura a la
vida, reinan el egoísmo y el hedonismo, y la familia que es la célula vital de
la sociedad, se auto destruye. Afirma el Santo Padre que "una civilización
inspirada en una mentalidad consumista y antinatalista no es ni puede ser nunca
una civilización del amor" (número 13).
LA
CIVILIZACIÓN DEL AMOR
El Santo
Padre usa a menudo la frase "civilización del amor". Tal como el
propio Papa lo dice en su carta "De lo expuesto hasta aquí se deduce
claramente que la familia constituye la base de lo que Pablo VI calificó como
‘civilización del amor' ". "El futuro de la humanidad pasa por la
familia" dice por otra parte.
Lo que
estoy tratando de representar es el significado de la Carta mediante citas y
comentarios que conduzcan a una acción exterior, pero ciertamente y más
importante, a la acción interior.
El punto
clave es que la "civilización (o cultura) del amor" sólo podrá ser
una realidad en nuestro mundo si primero comprendemos que tenemos que
construirla paso a paso en el interior de nuestro propio ser, nuestro cuerpo y
nuestro espíritu mediante la unión íntima con Cristo.
Esta
unión se realizará, como insiste el Santo Padre en toda la Carta, mediante la
oración. En las palabras del Papa, "Es necesario que la oración sea el
elemento predominante del Año de la Familia en la Iglesia: oración de la
familia, por la familia y con la familia" (número 4).
Por
supuesto que al hablar de oración se incluye toda la vida sacramental de la
Iglesia, la práctica de la oración mental y vocal, y un profundo y creciente
conocimiento de la Sagrada Escritura en asentimiento de todo conrazón con las
enseñanzas de la Iglesia. No hay otra manera de construir la cilivización del
amor y de combatir la cultura de la muerte.
Durante
los primeros once años de su pontificado, casi por sí solo, el Papa (por
supuesto mediante la intercesión de Nuestra Señora de Fátima), destruyó la
filosofía marxista y su "imperio del mal". No me extrañaría que en
los años que le quedan , él y nosotros eventualmente alcancemos la victoria y
el triunfo sobre la cultura de la muerte.
Además de
la gracia y la verdad que son irresistibles en todo tiempo, contamos con dos
armas que nos aseguran la victoria. Por una parte, estamos dispuestos a dar la
vida por nuestra fe. Los que abogan por la cultura de la muerte no están
dispuestos a sacrificar ni la más pequeña comodidad. Por otra parte, ni
siquiera se "reproducen", mientras que nosotros
"procreamos" –tanto espiritual como físicamente- a un ritmo que para
ellos es alarmante. Las familias y las vocaciones prevalecerán siempre sobre
las personas estériles.
El Papa
dice que "en la oración y mediante la oración, el hombre descubre de
manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la oración, el
"Yo" humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como
persona" (número 4).
Lo que
dice aquí el Papa es simplemente que el hombre o la familia nunca son más ellos
mismos que cuando entran en conversación, en diálogo con Dios. "La oración
es acción de gracias, alabanza a Dios, petición de perdón, súplica e
invocación. En cada una de estas formas, la oración de la familia tiene mucho
que decir a Dios" (número 10).
Las
propositos que la familia católica contemporánea tiene que tomar son claras y
desafiantes. Deberán hacerse esfuerzos para que la familia ore junta todos los
días. Por supuesto que esto deberá ajustarse a los horarios, circunstancias,
edades y condiciones de cada familia en particular, sin que se conviertan en
excusas como bien sabemos que sucede a menudo. El rosario en familia, la lectura
diaria de la Escritura comentada, un tiempo breve de oración mental, diversas
oraciones vocales y devociones, el ofrecimiento de la mañana, las bendiciones
antes y después de las comidas, la Misa diaria, la confesión frecuente, las
celebraciones especiales de las fiestas de la Iglesia, las peregrinaciones
familiares a los templos locales, todas y cualquiera de estas prácticas podrían
incorporarse dentro del horario cotidiano y semanal de la familia católica.
Claro que
exige sacrificio y equilibrio en los horarios, pero Dios siempre viene primero.
Se podría argumentar, "Pero no queremos convertir nuestro hogar en
monasterio", y es verdad, pero es necesario recordar que la familia es la
"iglesia doméstica"! Después de todo, considerando que la típica
familia americana mira televisión siete horas al día, ¿será demasiado pedir que
en un hogar católico se dedique una hora distribuida a lo largo del día a las
prácticas devotas?
Recordemos
que si los niños no adquieren en su hogar la práctica de la oración y de los
sacramentos, es muy difícil que la adquieran en otro sitio. Como se señala en
la Carta, "La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la
familia, ayudando a que ella participe de la ‘fuerza' de Dios" (número 4).
En estos tiempos es prácticamente imposible que la familia sobreviva intacta,
mucho menos que prospere, sin participar en el poder de Dios mediante la
oración.
Una
pareja católica con estos medios fuertemente arraigados logrará una diferencia
enorme en su actitud tanto hacia la procreación como la educación de la prole.
Si verdaderamente los hijos constituyen un "regalo" de Dios, creados
para su propio fin, entonces los padres, con sus ojos en la voluntad de Dios y
su propia recompensa en el cielo, y tomando en cuenta sus circunstancias,
estarán naturalmente abiertos al número de hijos que Dios les envíe. Esta ha
sido la práctica a lo largo de la historia hasta los tiempos más recientes.
Los hijos
serán entonces, criados, formados y educados para desarrollar su carácter,
crecer en la virtud, sabiduría y gracias. Aprenderán que la familia es primero
y tendrán un gran amor y conocimiento de sus antepasados, comenzando con sus
padres y abuelos (sin quedarse en la sola genealogía). Deberán conocer y
apreciar profundamente la historia familiar y buscar como proyectar esa
historia en el futuro con sus propias familias. Serán criados para ser rocas de
la Iglesia, fuertes en el conocimiento y la práctica de la Fe. Aprenderán a
amar todas las cosas buenas y saludables de la creación, tanto en la naturaleza
como los tesoros de la civilización, principalmente del Cristianismo.
Vivirán
sin temor, conscientes de que Dios cuenta con ellos para ser de los suyos en el
mundo, dándoles para ello la ayuda necesaria. Su formación les permitirá vivir
conscientes de que la única meta verdadera en la vida es la santidad y que la
felicidad consiste en buscar y seguir la voluntad de Dios a cualquier costo.
El
ejemplo de los padres
Del
ejemplo de sus padres aprenderán que el matrimonio es camino para la santidad y
vocación, y que el celibato apostólico, por el reino de Dios es un don superior
que con anhelo deberán abrazar si Dios lo desea. Esto es, en verdad, la
construcción de la civilización del amor.
Una
resolución importante de esta Carta es la obligación de practicar la caridad en
el sentido de "ser" familia para muchos que nos rodean, especialmente
para aquellos que carecen de padre, madre o hermanos y hermanas, o de hijos. El
Papa al respecto insiste en varios puntos de la Carta que "el bien se
difunde a sí mismo".
Nuestras
familias han de sentirse lo suficientemente seguras con dependencia total de
Dios, para poder proyectarse y ser Cristo para otros. Nosotros no somos
"el resto", ni tampoco debemos esforzarnos para colocarnos fuera de
peligro, y llegar a ser simples "sobrevivientes" de este naufragio
social. Para construir la civilización del amor se requiere que pongamos mucha
iniciativa, visión e imaginación, y por supuesto, colaborar con las demás
familias.
Acerca de
nuestras relaciones con otras familias, dice el Papa, "Es importante que
las familias traten de construir entre ellas lazos de solidaridad. Esto, les
permite sobre todo, prestarse mutuamente un servicio educativo común: los
padres son educados por medio de otros padres, los hijos por medio de otros
hijos. Se crea así una peculiar tradición educativa que encuentra su fuerza en
el carácter de "iglesia doméstica", que es propio de la familia"
(número 16).
Cada
familia debería quizás hacerse el propósito de involucrarse con una asociación
que promueva la visión católica de la familia, al menos a nivel de miembro.
Después de todo, es fácil observar cuánto bien puede lograrse por medio de la
oración, el sacrificio y la acción de unas pocas parejas que se unen para hacer
el bien!
Dice el
Papa: "...hay que recordar dos verdades fundamentales. La primera es que
el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que
cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Esto es válido
tanto para quien educa como para quien es educado". (número 16).
En el
ámbito de la educación, la Iglesia tiene un papel específico que desempeñar. A
la luz de la tradición y las enseñanzas del Concilio, puede decirse que no es
sólo cuestión de confiar a la Iglesia la educación moral y religiosa de las
personas, sino de promover el proceso total de la educación del individuo
"junto con" la Iglesia. Es por cierto en el área de la educación
religiosa en el que la familia tiene un papel irremplazable, lo que permite
caracterizar a la familia como la "iglesia doméstica".
Dicho de
manera lisa y llana, si los niños no aprenden su fe, los padres no pueden
culpar a nadie, excepto a sí mismos. Y no estoy hablando de práctica. En última
instancia ello vendrá como el resultado de la gracia de Dios y el ejercicio de
su libre albedrío, correcto o equivocado y así serán premiados o castigados. No
obstante la misión más importante de los padres de familia es pasar la batuta,
la "traditio", de la Fe Católica.
Esto
puede requerir todo tipo de sacrificios, inclusive la enseñanza directa y la
educación de sus hijos, pero si esa es la única forma de asegurarse que reciban
una educación religiosa y una formación adecuada, así deberá ser. Es claro que
bien podrían privarse de una o dos horas semanales de televisión por lo menos,
en aras de la causa noble y esencial de formar directamente a sus hijos, en el
conocimiento de la doctrina y la moral de la Iglesia de Dios. Su felicidad
futura y su capacidad de servicio dependerán de ello.
El papel
del Estado
La Carta
a las Familias no descuida el hecho de que corresponde al Estado un papel en la
promoción y salvaguarda de la familia. El Santo Padre se refiere
específicamente a la asistencia del Estado en aspectos como educación, salud y
beneficios sociales, respetando siempre el citado principio de subsidariedad.
El Papa hace una mención específica al trabajo y señala "Hablando del
trabajo con relación a la familia, es oportuno subrayar la importancia y el
peso de la actividad laboral de las mujeres dentro del núcleo familiar".
"La maternidad,
con todos los esfuerzos que comporta, debe obtener también un reconocimiento
económico igual al menos que el de los demás trabajos afrontados para mantener
la familia en una fase tan delicada de su existencia" ( número 17). El
Estado y un sistema económico justo deberían asegurar siempre que las madres
nunca se verán forzadas a trabajar fuera del hogar contra su voluntad a causa
de presiones financieras. "Conviene hacer realmente todos los esfuerzos
posibles para que la familia sea reconocida como sociedad primordial y en
cierto modo "soberana". ... Una Nación verdaderamente soberana y
espiritualmente fuerte está formada siempre por familias fuertes, conscientes
de su vocación y de su misión en la historia" (número 17).
Cuando
participemos en el proceso democrático, y estudiemos legislaciones y posible
candidatos, en nuestra mente debe prevalecer una pregunta: "¿Mi apoyo a
esta persona o a esta ley servirá para construir la soberanía de la familia en
nuestro país?"
La Carta
cierra adecuadamente con una mención a Jesucristo en el juicio final.
"¿Cristo es, pues, juez? Tus propios actos te juzgarán a la luz de la
verdad que tú conoces. Lo que juzgará a los padres y madres, a los hijos e
hijas, serán sus obras. Cada uno de nosotros será juzgado sobre los
mandamientos. ...Sin embargo, cada uno será juzgado ante todo sobre el amor,
que es el sentido y la síntesis de los mandamientos. " (número 22).
El Papa
nos asegura que este amor será medido por la forma en que tratamos a Cristo en
los otros, "una mies de gracias y obras buenas" (número 22). Y hace
referencias específicas y conmovedoras sobre cómo debemos recibir a Cristo en
situaciones de crisis familiares: "fui niño abandonado y fuisteis para mí
una familia; fui niño todavía no nacido y me acogisteis permitiéndome nacer;
fui niño huérfano y me habeis adoptado y educado como a un hijo vuestro...
Ayudasteis a las madres que dudaban o que estaban sometidas a fuertes
presiones, para que aceptaran a su hijo no nacido y le hicieran nacer;
ayudasteis a familias numerosas, familias en dificultad para mantener y educar
a los hijos que Dios les había dado" (número 22).
Nos
previene también de las situaciones cuando el Señor pueda decir: "No me
habéis recibido", identificándose con la mujer o el marido abandonado, con
el niño concebido y rechazado. Este juicio "implica también a
instituciones sociales, Gobiernos y Organizaciones internacionales"
(número 22).
Es
importante que las familias católicas lean, subrayen, destaquen y sobre todo,
oren con esta Carta. Ante Jesucristo su Redentor y su Juez, deberán sacar sus
propias conclusiones y resoluciones como individuos, como parejas y como
familias.
Cabe
recordar, afirma el Papa,, que "no bastan solamente los testimonios
escritos. Mucho más importantes son los testimonios vivos... A la familia está
confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien,
cuya fuente se encuentra en Cristo Redentor del hombre. ... Que María, Madre
del amor hermoso, y José Custodio del Redentor, nos acompañen a todos con su
incesante protección! (Número 23).
No hay comentarios:
Publicar un comentario