jueves, 18 de septiembre de 2014

Conversión milagrosa de un judío obstinado








Conversión milagrosa de un juo obstinado

uando  Jesús  hubo  terminado  su  gran  sermón  y  muchos  de  los principales de la ciudad se habían vuelto a sus casas con el jefe, se
C
 
adelantó osadamente un anciano judío de luenga barba y se acercó al sillón de Jesús. Era un hombre alto, de aspecto noble y dijo: "Ahora quiero yo
también hablar contigo. Tú has enunciado 23 verdades y en realidad son
24". Diciendo esto comenzó a enumerar cierta cantidad de verdades, una
tras otra, y a discutir con Jesús sobre ellas.
Jesús le contes: "Yo te he permitido estar aquí para tu propia conversión,
pudiendo hacerte salir delante de todo el pueblo, puesto que has venido sin invitación. Tú dices que son 24  las verdades y que yo  enumeré 23; en cambio, tú aumentas tres al número, pues son en realidad 20, como lo he enseñado". Jesús enumeró entonces 20 verdades, correspondientes a las 20 letras del alfabeto hebreo, con las cuales también el judío había contado. A continuación Jesús habló del castigo que merece el pecado de añadir algo a las verdades conocidas. Pero el obstinado judío no quería de manera alguna darse por vencido y confesar que se había equivocado. Había algunos que le daban razón y que se alegraban de lo que creían era un apuro de Jesús por contestar. Jesús al fin le dijo: "Tú tienes un hermoso jardín; tráeme las más hermosas frutas y las más sanas, y ellas se pudrirán aquí, ante tu vista, para que veas que te equivocas. Tú tienes también un cuerpo sano y recto y te verás encorvado, porque no tienes razón; para que veas que hasta lo mejor y más sano se echa a perder cuando a la verdad se añade algo que no corresponde. Si tú, en cambio, puedes hacer un solo milagro, serán verdades tus 24 dichos".

Oído esto, el viejo se fue con un ayudante a su cercano jardín. Tenía allí cuanto había de precioso y raro en frutas, hierbas y flores; en jaulas he visto pájaros raros y hermosos, y en medio del jardín una fuente de agua con graciosos pececillos. Prontamente juntó con su ayudante las mejores frutas, peras  amarillas,  manzanas  y  uvas  tempranas  y  las  puso  en  un  par  de pequeños canastos, y otras frutas menores las acomo en una fuente tejida de una materia transparente y de color. Además llevó consigo, en un canasto cerrado, varios pajaritos y unos animales parecidos a conejos y un gatito. Jesús,  mientras tanto,  enseñó  acerca de  la obstinación  y  el castigo  que merece añadir algo a las verdades conocidas. Cuando el viejo judío trajo en los canastos y jaulas todas sus rarezas y las depositó junto al sillón de Jesús, se suscitó  gran expectativa entre los presentes. Como  el viejo,  lleno  de orgullo, insistía en sus anteriores afirmaciones, se cumplió la palabra de Jesús sobre los objetos que había traído el viejo y sobre éste mismo. Las

frutas comenzaron a moverse y salieron del interior gusanos asquerosos que se comieron toda una manzana, de modo que de ella no que sino un pedazo, de scara sobre la cabeza de un enjambre de gusanos. Los animales que había traído enfermaron de pronto y salió de ellos una materia purulenta y luego gusanos que devoraban las carnes de los pájaros y de los animales. Todo se volvió repugnante, y la turba, que se había aproximado, comenzó a clamar y a gritar, tanto más cuando vieron al viejo inclinarse de un lado, ponerse amarillo y quedar contrahecho de cuerpo.
El pueblo, al ver esto, comenzó a gritar lleno de admiración, y el viejo alzó
la voz, quejándose, reconociendo su sin razón y rogando al Señor se compadeciese de su miseria. Se hizo un tumulto tan grande, que el jefe de la ciudad, que se había retirado,  fue llamado  de nuevo  para restablecer  el orden,  mientras  el  viejo  clamaba  y  decía  públicamente  que  había  sido injusto, que reconocía su error y que había añadido algo a la verdad. Cuando vio Jesús que el viejo se arrepentía y pedía a los presentes que rogasen por él para volver a su primer estado, bendijo los objetos traídos por el anciano judío, y todo volvió de nuevo a su primera forma, tanto los frutos como los pájaros y animales, y el mismo viejo, que llorando, lleno de agradecimiento, se postró a los pies de Jesús con mucha humildad. La conversión de este anciano fue tan sincera que de allí en adelante fue el más fiel de los discípulos,  y  convirtió  a  muchos  otros  con  su  palabra.  Por  penitencia repartió gran parte de las hermosas frutas de su huerta a los pobres. Este prodigio produjo una saludable impresión en todos los que iban y venían para comer o por negocios. Este milagro fue necesario aquí, donde la gente, aunque deseosa de oír, era algo obstinada en su error,  como acontece  en lugares  donde  hay matrimonios mixtos, y conviven diferentes religiones: éstos   eran samaritanos unidos con paganos que habían sido echados de Samaria. He visto que hoy ayunaban, no por la destrucción del templo de Jerusalén, sino por haber sido ellos echados de Samaria. Reconocían que estaban en error, pero no estaban dispuestos a salir de él. Habían recibido a Jesús con todos los honores, porque según una revelación antigua recibida de  los  mismos paganos,  muchas señales  habían  sucedido  en un tiempo cuando obtuvieron de Dios una gracia grande. Esa revelación había sido recibida en el sitio que llamaban ellos "Lugar de la Gracia". Recuerdo de esto sólo que mientras estos paganos estaban en grande apretura, habían levantado sus manos al cielo pidiendo ayuda a Dios y se les anunció que recibirían una gracia grande cuando aparecieran nuevas corrientes de agua que iban al mar y otra nueva en el lugar de los baños, y cuando la ciudad se extendiera hasta la fuente de baños. Ahora se habían cumplido todas estas señales. Se derramaban entonces cinco corrientes en el mar y en el Jordán. También se había cumplido una señal con un brazo del Jordán y al pozo

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