Conversión milagrosa de un judío obstinado
uando
Jesús
hubo terminado
su gran sermón
y
muchos
de
los
principales de la ciudad se habían vuelto a sus casas con el jefe, se
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también hablar contigo. Tú has enunciado 23 verdades y en realidad son
24". Diciendo esto comenzó a enumerar cierta cantidad de verdades, una
tras otra,
y a
discutir con Jesús sobre ellas.
Jesús le contestó: "Yo te he permitido estar aquí para tu propia conversión,
pudiendo hacerte salir delante de todo el
pueblo, puesto que has venido sin
invitación. Tú dices que son 24 las verdades y que yo enumeré 23; en cambio, tú aumentas tres al número, pues son en realidad 20, como lo he enseñado". Jesús enumeró entonces 20 verdades, correspondientes a las
20 letras del alfabeto hebreo, con las cuales también el judío había contado. A continuación Jesús habló del castigo que merece el pecado de añadir algo a
las verdades conocidas. Pero el obstinado judío no quería de manera alguna darse por vencido y confesar que se había equivocado. Había algunos que le daban razón y que se alegraban
de
lo que creían era un apuro de Jesús por
contestar. Jesús al fin le dijo: "Tú tienes un hermoso jardín; tráeme las más
hermosas frutas y las más sanas, y
ellas se pudrirán aquí, ante tu vista, para
que veas que te equivocas. Tú tienes también un cuerpo sano y
recto y
te verás encorvado, porque no
tienes razón; para que veas que hasta lo mejor y
más
sano se echa a perder cuando a la verdad se añade algo que no corresponde. Si tú, en cambio, puedes hacer un solo milagro, serán verdades tus
24 dichos".
Oído esto, el viejo se fue con
un
ayudante a su cercano jardín. Tenía allí
cuanto había de precioso y raro en frutas, hierbas y flores; en jaulas he visto pájaros raros y
hermosos, y en medio del jardín una fuente de agua con graciosos pececillos. Prontamente juntó con su ayudante las mejores frutas,
peras amarillas, manzanas
y uvas
tempranas y las puso
en un par
de
pequeños canastos, y
otras frutas menores las acomodó en una fuente tejida de una materia transparente y de color. Además llevó consigo, en un canasto
cerrado, varios pajaritos y
unos animales parecidos a conejos y un gatito. Jesús,
mientras tanto, enseñó
acerca de
la obstinación
y el castigo que merece añadir algo a las verdades conocidas. Cuando el viejo judío trajo en los canastos y jaulas todas sus rarezas y las depositó junto al sillón de Jesús, se suscitó gran expectativa entre los presentes. Como el viejo,
lleno
de orgullo, insistía en sus anteriores afirmaciones, se cumplió la palabra de
Jesús sobre los objetos que había traído el viejo y sobre éste mismo. Las
frutas comenzaron
a moverse y salieron
del interior gusanos asquerosos que se comieron toda una manzana, de modo que de ella no quedó sino un pedazo, de cáscara sobre la cabeza de un enjambre de gusanos.
Los animales que había traído enfermaron de pronto y salió de ellos una materia purulenta
y luego gusanos que devoraban las carnes de los pájaros y de los animales.
Todo se volvió repugnante, y la turba, que se había
aproximado, comenzó a
clamar y a gritar, tanto más cuando vieron
al viejo inclinarse de un lado, ponerse amarillo y quedar contrahecho de cuerpo.
El pueblo, al ver esto, comenzó a gritar lleno de admiración, y el viejo alzó
la voz, quejándose, reconociendo su sin razón y rogando al Señor se compadeciese de su miseria. Se hizo un tumulto tan grande, que el jefe de la
ciudad, que se había retirado,
fue llamado
de nuevo
para restablecer el
orden,
mientras
el viejo
clamaba
y decía públicamente
que
había sido injusto,
que reconocía su error y que había añadido algo a la verdad. Cuando vio Jesús que el viejo se arrepentía y pedía a los presentes que rogasen por él
para volver a su primer estado, bendijo los objetos traídos por el
anciano judío, y
todo volvió de nuevo a su primera forma, tanto los frutos como los pájaros y animales, y el mismo viejo, que llorando, lleno de agradecimiento,
se postró a los pies de Jesús con mucha humildad. La conversión
de
este anciano fue tan sincera que de allí en
adelante fue el más fiel de los
discípulos, y
convirtió a muchos otros
con
su palabra. Por
penitencia repartió gran
parte de las hermosas frutas de su huerta a los pobres. Este
prodigio produjo una saludable impresión en todos los que iban y venían para comer o por negocios. Este milagro fue necesario aquí, donde la
gente, aunque
deseosa de oír, era algo obstinada
en
su error,
como acontece en lugares
donde
hay matrimonios mixtos, y
conviven diferentes religiones:
éstos
eran samaritanos unidos con paganos que habían sido echados de
Samaria. He visto que hoy ayunaban, no por la destrucción del templo de Jerusalén, sino por haber sido ellos echados de Samaria. Reconocían
que estaban en error, pero no estaban dispuestos a salir de él. Habían
recibido a Jesús con todos los honores, porque según una revelación antigua recibida de los mismos paganos, muchas señales
habían sucedido en un tiempo cuando obtuvieron
de Dios una gracia grande. Esa revelación había sido recibida en el sitio que llamaban ellos "Lugar de la Gracia". Recuerdo de
esto sólo que mientras estos paganos estaban en grande apretura, habían
levantado sus manos al cielo pidiendo ayuda a Dios y
se les anunció que
recibirían
una
gracia grande cuando aparecieran nuevas corrientes de agua que
iban al mar y otra nueva en el lugar de los baños, y cuando la ciudad se
extendiera hasta la fuente de baños. Ahora se habían
cumplido todas estas señales. Se derramaban entonces cinco corrientes en el mar y en el Jordán.
También se había cumplido una señal con un brazo del Jordán y al pozo
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