El sentido cristiano del sufrimiento humano (Salvifici Doloris) (encuadre espiritual de la pastoral de la salud).
SALVIFICI DOLORIS
Carta Apostólica Sobre el Sentido Cristiano del Sufrimiento Humano
Juan Pablo II
Resumen
San Pablo nos dice: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col. 1,24). Estas
palabras tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va
acompañado de alegría por la cual el Apóstol agrega al mismo pasaje: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes”. La
alegría se deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento, que
vale también para todos los hombres. El sufrimiento parece pertenecer a
la trascendencia del hombre; es una de esas cosas por las que el hombre
esta llamado a ello de una manera misteriosa y oculta.
Como
es sabido el sufrimiento entra en el hombre en distintos momentos de su
vida: se realiza de diferentes maneras ; asume dimensiones diversas;
sin embargo el sufrimiento es inseparable de la existencia terrena del
hombre; por ello Iglesia, que nace del misterio de la redención en la
Cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de
modo particular en el camino del sufrimiento. De aquí se deriva que el
sufrimiento humano suscita compasión, respeto, y, a su manera atemoriza,
llegando a tocar en el hombre la más profunda necesidad del corazón y
también el profundo imperativo de la fe, ambos parecen unirse de manera
singular.
El
hombre sufre de diversos modos, no siempre considerados por la
medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones ya que el
sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo
y, a la vez, aún más enraizado en la humanidad misma. Cuando
distinguimos entre el sufrimiento físico y moral, la misma tiene como
fundamento la doble dimensión del ser humano: corporal y espiritual.
Aunque las palabras “sufrimiento” y “dolor” se pueden usar, hasta un
cierto punto como sinónimos, el sufrimiento físico se da cuando duele el
cuerpo, mientras que el sufrimiento moral es dolor del alma. Se trata
del dolor de tipo espiritual y no solo de la dimensión “psíquica”, es
decir, del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como físico. La
S. E. –sobre todo el A.T.- es un gran libro sobre el sufrimiento. La
realidad del sufrimiento plantea una pregunta sobre la esencia: ¿qué es
el mal?. La respuesta cristiana a esta pregunta es distinta a la que
plantean algunas tradiciones culturales y religiosas. Desde el concepto
cristiano, el hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta del
bien; es decir que el hombre sufre a causa del bien del que el mismo se
ha privado.
Todo
hombre que sufre se pregunta: ¿por qué? -es una pregunta sobre la
causa- y al mismo tiempo, ¿para qué? -es decir por su sentido o su fin-.
Esta es una pregunta difícil, como lo es la pregunta ¿por qué el mal?.
ambas preguntas son difíciles cuando el hombre se la hace a otro hombre,
como también cuando se la hace a Dios, ya que el hombre no le hace esta
pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él,
sino que se la hace a Dios como creador y Señor del mundo, lo que muchas
veces produce frustración y hasta la negación misma de Dios. En el
libro de Job la pregunta ha encontrado su expresión mas viva; la
respuesta del los viejos amigos es –debe haber cometido alguna culpa
grave- para ellos el sufrimiento es la pena o consecuencia de algún
pecado y es mandada por Dios. Pero Job niega que sea verdad ese
principio ya que el se reconoce inocente y por lo tanto para Job, su
sufrimiento es el de un inocente y debe ser aceptado como misterio que
él, con su inteligencia, no puede comprender a fondo. Para percibir la
verdadera respuesta al “por qué” del sufrimiento, tenemos que volver
nuestra mirada a la revelación del amor divino. Cristo nos hace entrar
en el misterio y nos hace descubrir el “por qué” del sufrimiento, ya que
Él le ha dicho todo al hombre en la cruz.
“Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”(Jn.3,16).
Estas palabras, nos introducen en el centro mismo de la acción
salvífica de Dios -manifiestan la esencia misma de la salvación
cristiana- nos encontramos aquí con una dimensión totalmente nueva que
encierra en cierto sentido el significado del sufrimiento dentro de los
límites de la justicia – dimensión de la redención-.
El
hombre “muere” cuando pierde la “Vida Eterna”. El Hijo del hombre en su
misión salvadora llega a tocar el mal en sus mismas raíces
trascendentales que están fijadas en el pecado y la muerte. El vence el
pecado con su obediencia hasta la muerte y vence la muerte con su
resurrección. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento
del hombre como consecuencia de pecados concretos, sin embargo, el
sufrimiento no puede separarse del pecado de origen –original-. Y aunque
la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, conseguida por
Cristo no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana ni
libera del sufrimiento, esta victoria proyecta una luz nueva, la luz del
Evangelio, que es la salvación. En el centro de esta luz se encuentra
la conversación con Nicodemo: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único”(Jn 3,16).
En
su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó sin cesar
al mundo del sufrimiento humano tanto al del cuerpo como al del alma,
instruyo poniendo como centro las ocho bienaventuranzas, que son
dirigidas a los probados por diversos sufrimientos en su vida temporal, “los que tienen alma de pobres, los afligidos...”,
se acerco sobre todo al mundo del sufrimiento por el hecho de haber
asumido este sufrimiento en sí mismo en todas sus formas, al extremo de
alcanzar la salvación por su muerte y resurrección en la cruz, y es por
eso que reprende severamente a Pedro cuando quiere impedir el
sufrimiento y la muerte en la cruz (Cf. Mt. 16,23). Cristo se encamina
hacia su propio sufrimiento consciente de su fuerza salvífica, va
obediente hacia el Padre, pero ante todo esta unido al Padre en el amor
con el cual él ha creado el mundo, y al hombre en el mundo. Por eso
Pablo escribe de Cristo: “Me amó y se entrego por mí”(Gal. 2,20).
El
sufrimiento humano ha alcanzado su punto culminante en la pasión de
Cristo. Y, a su vez, ésta ha entrado en una dimensión completamente
nueva y en orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que
Cristo habla con Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo
incluso del mal, así como el bien supremo de la redención del mundo ha
sido sacado de la cruz de Cristo y toma de ella su arranque. La cruz de
Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan manantiales de
agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el
sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a ese
interrogante.
El
mismo poema del Servidor doliente (Is. 53, 10-12) nos conduce, en la
dirección de este interrogante y de esta respuesta. Puede afirmarse que,
junto con la pasión de Cristo, todo sufrimiento humano se ha encontrado
en una nueva situación. En la cruz de Cristo no solo se ha cumplido la
redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano
ha quedado redimido. Cristo –sin culpa alguna propia- cargó sobre sí “el
mal total del pecado”. El redentor ha sufrido en vez del hombre y por
el hombre. Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno
está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se
ha llevado a cabo la redención. Esta llamado a participar en ese
sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está
llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo
sufrimiento humano ha sido también redimido. Llevando a cabo la
redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el
sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente todo hombre,
en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento
redentor de Cristo.
El
hombre al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo,
descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimiento, los revive
mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo
significado. La cruz de Cristo arroja la luz salvífica con tanta
vehemencia sobre la vida del hombre y, principalmente, sobre su
sufrimiento, porque, mediante la fe, lo llega a tocar junto con la
resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio
pascual. A quienes participan de los sufrimientos de Cristo, las
palabras “Padre, perdónalos por que no saben lo que hacen..”(Lc.
23,34) se imponen con la fuerza de un ejemplo supremo. El sufrimiento es
también una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su
madurez espiritual. De esto han dado prueba, a través de diversas
generaciones, los mártires y los confesores de Cristo, fieles a las
palabras: ”No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt.
10,28). Es sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba –a veces
bastante dura-, a la que es sometida la humanidad. En el sufrimiento
está contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe
ejercitar por su parte. Esta es la virtud de la constancia al soportar
lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la
esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no
prevalecerá sobre él.
De
este modo, con esa apertura a cada sufrimiento humano, Cristo ha obrado
con su sufrimiento la redención del mundo. Al mismo tiempo Vive y se
desarrolla como cuerpo de Cristo o sea la Iglesia y, en esta dimensión
cada sufrimiento humano, en virtud de su unión en el amor con Cristo,
completa el sufrimiento de Cristo. Lo completa como la Iglesia completa
la obra de redención de Cristo.
El redentor mismo ha escrito este Evangelio ante todo con su propio sufrimiento asumido por amor, para que el hombre “no muera , sino que tenga vida eterna”
(Jn. 3,16). Es ante todo consolador notar que al lado de Cristo, en
primerísimo y en destacado lugar, está siempre su Madre, por el
testimonio ejemplar que con su vida entera da a este particular
Evangelio del sufrimiento. Su subida al Calvario, su “estar” a los pies
de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del
todo especial en la muerte redentora del Hijo.
El
Evangelio del sufrimiento, a través de la experiencia y de la palabra
de los Apóstoles, se convierte en una fuente inagotable para las
generaciones siempre nuevas que se suceden en la historia. El evangelio
del sufrimiento significa no solo la presencia del sufrimiento en el
Evangelio como uno de los temas de la Buena Noticia, sino además la
revelación de las fuerzas y del significado salvífico del sufrimiento en
la misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la vocación de
la Iglesia.
Cristo no escondía a sus oyentes la necesidad del sufrimiento. Decía “el que quiera venir detrás de mí...cargue con su cruz cada día”
(Lc. 9,23). Sus discípulos y confesores encontrarían múltiples
persecuciones (Lc. 9,23; Mt. 7,13-14; Lc. 21, 12-19; Jn. 15, 18-21; Jn.
16,33). El primer capítulo de este Evangelio del sufrimiento contiene en
si mismo una llamada especial al valor y a la fortaleza, sostenida por
la elocuencia de la resurrección. Otro gran capítulo de este Evangelio
lo escriben todos los que sufren con Cristo, uniendo los propios
sufrimiento humanos a su sufrimiento salvador, lo escriben y lo
proclaman al mundo, lo anuncian en su ambiente y a los hombres
contemporáneos.
A
través de los siglos y de las generaciones se ha constatado que en el
sufrimiento se esconde una fuerza particular que acerca interiormente al
hombre a Cristo; una gracia especial. A ella deben, muchos santos su
conversión por ejemplo san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola,
etc.. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y
el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen
en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual,
constituyendo un elección conmovedora para los hombres sanos y normales,
todo esto fruto de una particular conversión y cooperación con la
gracia redentora.
El
sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia
exterior, sino interior. Cristo se encuentra muy dentro de todo
sufrimiento, el divino redentor quiere penetrar en el ánimo de todo
paciente a través del corazón de su Madre, primicia y vértice de todos
los redimidos, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen una
maternidad nueva –espiritual y universal-. Este proceso interior no se
desarrolla siempre de igual manera. Casi siempre comienza con una
protesta típicamente humana y con la pregunta del porqué. A esta
pregunta Cristo mismo responde desde la cruz, desde el centro del propio
sufrimiento, esto es algo mas que una respuesta abstracta a la pregunta
del sufrimiento. Esta es, en efecto, una llamada. Es una vocación.
Cristo, ante todo dice “Sígueme”, “Ven”, toma parte con tu sufrimiento
en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi
sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz,
uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el
sentido salvífico del sufrimiento.
De
esta alegría habla el apóstol en la carta a los Colosenses (Col. 1,24).
La superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, la sensación
deprimente de la enfermedad, es transformada por Jesús en frutos de
salvación de sus hermanos y hermanas, por lo tanto no solo que no es
inútil sino que se transforma en un servicio insustituible. El
sufrimiento mas que cualquier cosa, es el camino a la gracia que
transforma las almas y hace presente en la historia dela humanidad la
fuerza de la redención.
Por
eso la Iglesia ve en todos los sufrientes, un sujeto múltiple de su
fuerza sobrenatural. Los manantiales de la fuerza divina brotan
precisamente en medio de la debilidad humana. Los que participan de los
sufrimientos de Cristo conservan una especialísima partícula del tesoro
infinito de la redención del mundo.
La
parábola del Buen Samaritano pertenece también al Evangelio del
sufrimiento. Mediante esta parábola Cristo quiso responder a la
pregunta: “¿y quién es mi prójimo” (Lc. 10,29).En efecto, entre los tres
que viajaban a lo largo, donde estaba medio muerto un hombre robado y
herido por los ladrones, el Samaritano demostró ser verdaderamente el
«prójimo» para aquel infeliz. “Prójimo” quiere decir también aquél que
cumplió el mandamiento del amor al prójimo, al mismo tiempo indica, cuál
debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre.
No nos está permitido “pasar de largo”, con indiferencia. Buen
Samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro
hombre de cualquier género que ése sea. Si Cristo, conocedor del
interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es
importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo
tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón,
que testimonia la compasión hacia el que sufre.
El
buen Samaritano no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se
convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre
herido, buen Samaritano es el que ofrece ayuda en el sufrimiento,
dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra
ni siquiera medios materiales. Se puede afirmar que se da a sí mismo, su
propio “yo”, abriendo este “yo” al otro. Tocamos aquí uno de los puntos
clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede “encontrar
su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás”. Esta actividad asume, en el transcurso de los siglos, formas
institucionales organizadas y constituye un terreno de trabajo en las
respectivas profesiones. ¡Cuánto tiene “de buen samaritano” la profesión
del médico, de la enfermera, u otras similares! Por razón del contenido
evangélico, encerrado en ella, nos inclinamos a pensar más bien en una
vocación que en una profesión.
Viendo
todo esto, podemos decir que la parábola del Samaritano se ha
convertido en uno de los elementos esenciales de la cultura moral y de
la civilización universalmente humana. Estas se extienden a todos los
que ejercen de manera desinteresada el propio servicio al prójimo que
sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda y destinando a esta causa
todo el tiempo y las fuerzas que tienen a su disposición fuera del
trabajo profesional. Esta espontánea actividad puede también definirse
como apostolado, siempre que se emprende por motivos auténticamente
evangélicos. La Ayuda familiar, por su parte, significa tanto los actos
de amor al prójimo hechos a las personas pertenecientes a la misma
familia, como la ayuda recíproca entra las familias.
Es
difícil enumerar los tipos y ámbitos de la actividad como samaritano
que existen en la Iglesia y en la sociedad. Es enorme el significado de
las actitudes oportunas que deben emplearse en la educación. La familia,
la escuela, las demás instituciones educativas, aunque sólo sea por
motivos humanitarios. La Iglesia debe hacer lo mismo, profundizando aún
más. Las instituciones son muy importantes e indispensables; sin
embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano,
la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se
trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno.
La
parábola del buen Samaritano, camina con él a lo largo de la historia
de la Iglesia y del cristianismo, a lo largo de la historia del hombre y
de la humanidad. Testimonia que la revelación por parte de Cristo del
sentido salvífico del sufrimiento no se identifica de ningún modo con
una actitud de pasividad. Es todo lo contrario. El Evangelio es la
negación de la pasividad ante el sufrimiento. Cristo realiza de este
modo el programa mesiánico de su misión, según las palabras del profeta:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para
evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la
libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en
libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor”(Lc.
4,18-19). En el programa mesiánico de Cristo, que es a la vez el
programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo
para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para
transformar toda la civilización en la “civilización del amor”. Así como
todos son llamados a “completar” con el propio sufrimiento “lo que falta a los padecimientos de Cristo”(Col.
1,24). Cristo al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el
sufrimiento y a hacer bien a quien sufre. Bajo este doble aspecto ha
manifestado cabalmente el sentido del sufrimiento.
Este
es el sentido del sufrimiento, verdaderamente sobrenatural y a la vez
humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la
redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el
hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y
su propia misión. El Concilio Vaticano II ha expresado: “En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Porque ... Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el
hombre al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (G.S. 22).
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