domingo, 5 de octubre de 2014
Prueba ácida para el papa Francisco
Grandes expectativas rodean el Sínodo de Obispos sobre la situación de la familia que empieza hoy.
Expectativas por el contenido mismo de la agenda, conflictiva para la Iglesia, que ha perdido el control sobre la vida de buena parte de los creyentes que no comparten algunos de sus postulados morales sobre asuntos relativos a la libertad de conciencia —anticoncepción, fecundación in vitro, aborto, relaciones prematrimoniales, uniones libres, matrimonio igualitario…—, y porque es el primero que preside el papa Francisco, que quiere hacer un pontificado de carácter colegiado para darles participación a los obispos en el gobierno de la Iglesia, y no monárquico y centralizado, como el de sus antecesores.
Empeñado en establecer un nuevo orden en la nave católica, el papa la ha sacudido con reformas en instituciones claves. Con la asesoría de un grupo de ocho cardenales ajenos a la rosca vaticana, introdujo cambios en la anquilosada Curia Romana, salpicada por escándalos de corrupción, y le dio un revolcón al Instituto para las Obras de Religión —banco vaticano—, acusado de manejos non sanctos y blanqueo de dinero. Y en cuanto a su política de tolerancia cero con la pederastia, le puso el acelerador para que los curas implicados en abusos a menores rindan cuentas ante los tribunales y sean juzgados como criminales. Un hito en esta cruzada es el arresto hace una semana en Roma, y por la propia guardia papal, del cardenal polaco Josef Wesolowsky —exnuncio en República Dominicana—, acusado de abuso de menores. Un mensaje de que ni la jerarquía está a salvo de la justicia terrenal.
Si a esto suman otras decisiones recientes, como casar a una madre soltera, desbloquear el proceso de beatificación del obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, paralizado por temor a que elevarlo a los altares alentara a los defensores de la teología de la liberación, y revocar la sanción que Juan Pablo II le impuso en 1984 al cura nicaragüense Miguel D’Escoto, representante de esa corriente teológica, con el argumento de que su participación en el gobierno sandinista reñía con la fe católica, es evidente que el primer papa latinoamericano en la historia de la Iglesia seguirá impulsando cambios en la dirección trazada por el Concilio Vaticano II y que fue abandonada durante más de 30 años: atender los signos de los tiempos.
El problema es la resistencia de los sectores más conservadores que, en el sínodo sobre la familia que hoy comienza, se refleja en la abierta oposición de cinco influyentes cardenales a la comunión de los divorciados vueltos a casar, encabezados por el prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, feudo de retardatarios. Sin duda un ataque doctrinario contra los pronunciamientos del papa Francisco sobre la misericordia y su llamado a dejar la obsesión por cuestiones de carácter moral, a buscar nuevos caminos y acercarse a la gente para aliviar sus angustias, sin juzgarlas y respetando la libertad de conciencia.
El sínodo, cuyo insumo de trabajo es un documento que resume las respuestas a un cuestionario sobre el estado actual de la familia y el matrimonio que respondieron diócesis, parroquias, conferencias episcopales, instituciones académicas, especialistas y fieles, será el nuevo escenario de la confrontación entre el papa Francisco y los reformadores, y la caverna representada por los cinco cardenales y sus adláteres. Un pulso entre los que creen que la doctrina es monolítica y sin matices, y quienes piensan que debe responder a los reclamos de los creyentes, a la realidad concreta y compleja de la vida, a los cambios sociales y a los dilemas existenciales del hombre de hoy. Una prueba ácida para el papa Francisco y su propósito de hacer un gobierno colegiado de la Iglesia.
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